II.- Claves para el éxito en un noviazgo:
1.- Crecer en virtudes y mejorar como persona: La vida del hombre sólo alcanza la plenitud cuando se consagra a una tarea noble y grande y se esfuerza de veras por sacarla adelante. ¿Y existe algo más noble que el amor? El amor es la culminación de la generosidad, y hace que la persona se consagre a servir, que es la mejor manera de ser feliz y olvidarse de uno mismo.
Pero el amor humano no es un camino de rosas. Los príncipes azules y las princesas sólo existen en las películas y los cuentos de hadas. El amor exige sacrificio, e implica momentos difíciles, incomprensiones, discusiones, roces, etc. Tal vez el riesgo mayor al que debe enfrentarse el amor sea el del paso del tiempo y el aburguesamiento, que lleva a vivir una especie de “vidas paralelas”, en las que reina la incomunicación y la frustración de las expectativas contraídas, o, lo que es peor, el conformismo y la renuncia a superar dicha situación. De hecho, muchos matrimonios se rompen por este motivo.
Por ello, para amar hay que ser virtuosos y tener ideales profundos. Sólo puede amar con garantías el que tiene virtudes y es paciente, fuerte, constante, generoso, sincero, humilde… Si faltan éstas, el amor no echa raíces de verdad en nuestro interior, y deja por tanto de ser un compromiso inquebrantable para pasar a ser algo pasajero y que se puede rescindir si deja de ser satisfactorio. Los hábitos virtuosos nos mejoran como personas y nos hacen más fácil y gozoso el ejercicio del bien, y nos permiten por tanto amar más y mejor. El hombre virtuoso es capaz de afrontar con éxito la aventura de la vida y del amor, con sus naturales altibajos y sinsabores. Hemos de ser conscientes de que no es posible vivir en un estado de bienestar y gozo permanentes. El ejercicio de la virtud nos somete a un continuo y permanente proceso de “mejora continua” en nuestra vida.
2.- Una relación amorosa que pretenda ser plena y duradera se debe fundamentar sobre unas afinidades sobre las cuales se pueda asentar un proyecto de vida compartido y fecundo. Dicha base común no puede ser otra que un fe profunda y asentada, enraizada en una formación lo más sólida posible. La experiencia nos dice que los matrimonios cuyos contrayentes cumplen estas características es muy, muy difícil que terminen mal.
Las personas luego somos muy dispares, y tenemos diferentes puntos de vista respecto a casi todo, con lo cual, la tarea de acoplamiento y adaptación que supone la vida en común implica muchas renuncias por parte de cada uno. Pero lo importante es que las bases sobre las cuales se asientan los cimientos de nuestras dos personas no sean diferentes. De hecho, cuando se casan dos personas con diferentes ideas con relación a la fe, siempre uno de los dos renunciará a su forma de ver la vida para adaptarse a la del otro, o de lo contrario, se pasarán la vida entera discutiendo por este motivo.
Por otra parte, hay que procurar elegir a una persona que tenga rasgos sobre los que podamos construir un proyecto de futuro atractivo e ilusionante. He aquí una serie de ellos, si bien no se puede pretender que la otra persona los tenga todos, pues ya hemos dicho antes que los príncipes azules no existen:
• Aficiones comunes a las nuestras.
• Físico atrayente.
• Buena capacidad de comunicación.
• Escala de valores similar.
• Buena relación con sus familiares y amigos.
• Nivel cultural y social similar.
• Nivel intelectual parejo.
• Concordancia ideológica.
• Madurez personal adecuada a la edad que se tiene.
• Estabilidad emocional.
• Sentido del humor.
• Capacidad de adaptarse a los cambios.
• Lealtad y fidelidad.
• Capacidad de escuchar y perdonar.
• Proyectos comunes o al menos compatibles.
• Buena tolerancia al dolor y las frustraciones.
• Voluntad de compartir.
• Capacidad de sacrificio.
• Capacidad de ilusionar y de ilusionarse.
• Tolerancia y generosidad.
• Respeto al otro.
• Conciencia de igualdad.
• Planteamientos realistas.
• Creatividad y capacidad de romper la monotonía.
• Ser capaz de tener detalles.
• Ausencia de hábitos inadecuados (alcohol, juego…).
3.- En el noviazgo se debe vivir el respeto al otro: El amor auténtico, más que poseer, desea entregarse. Pero vivir ese respeto, al otro y a su cuerpo, sólo es posible si se tienen unas convicciones morales arraigadas y profundas. Si dos personas no tienen fuerzas para vivir la castidad durante el noviazgo, ¿qué va a ser de ellos cuando estén casados? Recordemos que el placer meramente físico jamás podrá ser la piedra angular de la felicidad ni de la estabilidad de una persona ni de una relación de pareja. Además los que sólo buscan ese placer, lo pueden encontrar en la primera persona que se les cruce por la calle: para ello no se necesita del noviazgo, que es otra cosa diferente.
“¿Qué vais a dejar para el matrimonio? “. Merece la pena esperar, y ello además es una prueba que garantiza la autenticidad del amor. Uno se entrega plenamente, en cuerpo y alma, una sola vez en la vida y a una sola persona en su vida, y el noviazgo es algo que no es definitivo y se puede romper, de modo que no es el lugar para tener relaciones íntimas. Además, las estadísticas nos hablan de que las experiencias prematrimoniales no son la garantía del éxito de una futura pareja, sino más bien justo lo contrario. De hecho la difusión y aceptación social de las relaciones prematrimoniales lo que ha hecho es devaluar el amor humano y vaciarle de su sentido más auténtico. De ahí que su extensión haya corrido tan pareja a la del divorcio en la cultura occidental.
Para poder vivir esta castidad en el noviazgo, hay que superar dificultades extrínsecas (como la influencia de las modas, el ambiente, los amigos y compañeros o las ideas que circulan en libros, revistas, películas, etc.); pero tal vez las más dificultosas sean las de tipo intrínseco a la persona, como son la espontaneidad del cariño, las ocasiones de peligro (el coche, la soledad, la oscuridad…), o las concesiones ante la compasión o el chantaje del otro/a.
4.- En el noviazgo debemos preguntarnos si de verdad conocemos al otro. Puede ocurrirnos que estemos un poco “cegados” por el sentimiento y no queramos ver la realidad de algunos aspectos de la otra persona, y que luego, en el matrimonio, nos llevemos sorpresas que no esperábamos.
No obstante, hemos de tener en cuenta que nunca se puede conocer plenamente al otro, pues siempre hay un margen de intimidad en el que nadie puede entrar. Además, hasta que no se convive tiempo con alguien no se conocen algunos pequeños detalles de su persona, si bien esto no quiere decir que sea necesario convivir con ella antes de casarse.
Por otra parte, con el tiempo, las personas vamos evolucionando, vamos madurando tanto física como psicológicamente, y vamos cambiando nuestra percepción de las cosas. Es evidente que no es igual una persona a los 25 que a los 35 que a los 45 años. Lo importante es que el amor crezca al paso que nosotros vamos cambiando
Pero en el noviazgo se puede y se debe conocer bien a la persona con la que estamos comprometidos, de manera que luego, en el matrimonio, las “sorpresas” deben ser las mínimas. Aquí ponemos algunas preguntas sobre su novio/a que cada cual debe intentar responderse a sí mismo:
• ¿Cuáles son sus puntos fuertes y sus puntos débiles?
• ¿Me gustaría que mis hijos se parecieran a él?
• ¿Me lo imagino como un buen padre de mis hijos?
• ¿Qué cosas tenemos en común?
• ¿Qué motivos me hacen chocar con él?
• ¿Es derrochador o sobrio? ¿Le llegaría el sueldo a fin de mes?
• ¿Es caprichoso? ¿Tiene muchas cosas superfluas?
• ¿Es valiente a la hora de afrontar los problemas y las dificultades o se esconde?
• ¿Es decidido y emprendedor o apocado y conformista?
• ¿Acaba las cosas que empieza?
• ¿Es responsable y cumplidor?
• ¿Sabe controlar su genio y su mal humor?
• ¿Tiene proyectos de futuro?
• ¿Tiene unas creencias y principios morales sólidos y firmes?
• ¿Qué amigos tiene?
• ¿Tiene personalidad o se deja dominar por lo que dicen sus amigos o su familia?
• ¿Qué costumbres trae de su casa?
• ¿Tiene un carácter estable o variable, tendente a la depresión y el desánimo?
• ¿Es sincero?
• ¿Cómo se comporta cuando no está conmigo?
• ¿Tiene secretos o hay cosas en su vida de las que no conozco nada?
Una vez hecho este u otro examen similar, hemos de tomar conciencia de que la persona con la que estamos comprometido, como es normal, es un ser humano de carne y hueso, que tiene defectos y virtudes. A continuación, nos hemos de plantear si dichos defectos los creemos superables o no, y qué podemos hacer nosotros para que los supere, ya que hemos decidido que lo nuestro va en serio y va a ser para toda la vida…
III.- Algunas preguntas y problemas frecuentes:
1.- ¿Hasta dónde podemos llegar en nuestras manifestaciones de afecto?
2.- ¿Cómo de largo debe ser un noviazgo?
3.- Si ya de novios discutimos mucho, ¿qué va a ser de nosotros si nos casamos?
4- ¿Y por qué no convivimos antes un tiempo, y así nos conocemos mejor?
5.- ¿Para qué necesitamos los papeles, si lo importante es el amor?
6.- ¿Por lo civil o por la Iglesia?
7.- ¿Cómo me voy a comprometer para toda la vida, si no sé bien lo que me espera? ¿No es eso un poco injusto? ¿Y si luego nos va mal?
8.- ¿Cuándo se puede decir que se está seguro de verdad? Es que a veces me entran muchas dudas…
9.- ¿Comprometerse no coarta mi libertad? Ya no voy a poder hacer lo que me dé la gana…
10.- No soporto a su familia, y creo que ella tampoco a mí.
11.- Cuando nos casemos, ¿tenemos hijos o esperamos unos añitos para disfrutar un poco?
12.- Una vez casados, ¿esperamos a estar desahogados para plantearnos tener hijos?