El problema de la libertad

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La libertad es una gran dimensión humana, muy enaltecida en la historia de nuestro mundo moderno. Incluso se han erigido importantes estatuas a la libertad en París y, sobre todo, en Nueva York (regalo del Estado francés) .

Pero, si el mundo es sólo materia evolucionada por azar y necesidad, no puede haber realmente libertad. Azar quiere decir pura casualidad; y necesidad quiere decir determinación, ausencia de libertad. Si la materia no es libre y el hombre es sólo materia, en el hombre no hay libertad. Y entonces toda la cultura moderna, incluso toda la cultura humana ha caído en un error fundamental. Sigue viviendo en el mito y no en la ciencia.

Claro es que también aquí es imposible ser consecuentes. Si pensamos que la libertad no existe y que todo lo que hacemos está dominado por el azar y la necesidad, habría que cambiar muchas cosas. Pero todo intento de tomarse en serio esta afirmación es una especie de chiste. Porque si pensamos que el azar y la necesidad es la explicación de todo, hay que pensar que lo pensamos por puro azar y necesidad, no porque sea lógico. La materia no es ni lógica ni no lógica. Es sólo azar y necesidad. Y en consecuencia, el pensamiento y todo lo que pensemos, sólo puede ser azar y necesidad, tanto si pensamos una cosa como si pensamos la contraria.

Así lo argumentó muy simpáticamente el Papa Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona: “Al final, se presenta esta alternativa: ¿Qué hay en el origen? O la Razón creadora, el Espíritu creador que lo realiza todo y deja que se desarrolle, o la Irracionalidad que, sin pensar y sin darse cuenta, produce un cosmos ordenado matemáticamente, y también el hombre con su razón. Pero entonces, la razón humana sería un azar de la Evolución y, en el fondo, irracional” ( Homilía en Ratisbona, 12.IX.2006).

Pero vayamos al núcleo de la cuestión. Si el ser humano es sólo materia, dominada por el azar y la necesidad, no puede ser realmente libre. La única salida materialista de este argumento (intentada por muchos) es refugiarse en la mecánica cuántica. Resulta que toda la física es determinista, menos la física de las partículas subatómicas, la física cuántica, donde no podemos determinar exactamente la posición y velocidad de las partículas elementales (electrones, fotones) ni tampoco su comportamiento (como onda o como corpúsculo). Esto es, en definitiva, el principio de indeterminación de Heisenberg. Según la visión científica actual de las cosas, la materia está totalmente determinada, menos en esa esfera. La solución sería, entonces, intentar relacionar la libertad humana con esa esfera de indeterminación. Es lo que hace, por ejemplo, Penrose (La nueva mente del emperador). Y le siguen otros.

Pero se trata de un trágico (o cómico) malentendido. Indeterminación significa que no sabemos determinar dónde está algo ni cómo se va a comportar. Pero libertad es más que no poder prever lo que va a pasar. Es, precisamente, decidir lo que va a pasar. Ciertamente no podemos saber de qué manera se va a comportar una persona, porque es libre. En eso el comportamiento de las personas se parece al de las partículas subatómicas: es imprevisible. Pero las personas libres piensan lo que van a hacer y son capaces de hacer libremente construcciones que son fruto de su espíritu, como la catedral de Toledo, por ejemplo. Se puede decir que la catedral de Toledo estaba indeterminada porque, antes de hacerla, nada hacía suponer que en ese terreno habría una catedral. Pero la catedral de Toledo no es el fruto de la indeterminación, sino de la libertad humana, que está llena de pensamiento, de proyecto, de imaginación, de decisiones creativas. Cosa que no tienen las partículas elementales ni ninguna otra esfera de la materia.

Por eso, es casi un chiste intentar relacionar la libertad humana con la mecánica cuántica. La libertad humana está relacionada fundamentalmente con la inteligencia. Somos libres porque somos inteligentes. Y la inteligencia es un misterio casi tan grande como la libertad. Es la prueba más evidente de que en el universo hay algo más que materia. Que hay pensamiento, que hay libertad, que hay bondad, que hay justicia, que hay amor. Y todas estas dimensiones de la persona humana son las que los cristianos defendemos como parte de la imagen de Dios. Como imagen de un Dios bueno, libre y creador, tiene sentido un hombre libre y creativo, que quiere ser bueno y justo. Y que considera un gran bien amar y ser amado. Estas dimensiones son la prueba más clara de cómo hay que contemplar el universo. Si sólo lo queremos explicar desde la materia, desde la biología o desde las realidades personales, la explicación no es tal.

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