Muchas veces nos preguntamos cual es la causa por la que perdemos la alegría a menudo, sin darnos cuenta que el esfuerzo por hacer felices a los demás y el sacrificio, iluminan nuestra vida corriente y casi siempre son la fuente de alegría auténtica. «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo… « Es en las tareas cotidianas, en medio de las ocupaciones del mundo, donde hemos de practicar la generosidad, excediéndonos con gusto en la preocupación por los seres queridos que nos rodean, aunque puedan faltar las ganas, sin lamentarse, sin exagerar el peso de la carga pues es ligera y gratificante.
En esa vida cotidiana, el sacrificio se suele presentar de modo escondido, imperceptible para los demás, pero si sabemos volcarnos en nuestras obligaciones conyugales, familiares laborales, por encima de la propia voluntad, del propio gusto, el resultado es una felicidad honda y plena.
A veces nos quejamos ante la menor incomprensión, ante la humillación más pequeña y caemos en un círculo vicioso provocado por una inmadurez enfermiza. Basta con cumplir fielmente, por amor, los deberes de cada día, poniendo todo el corazón y toda el alma en el pequeño quehacer de cada momento, para que el panorama de nuestro día cambie radicalmente.
El ser humano por su composición natural a la vez material y espiritual, está situado como en el horizonte entre la eternidad y el tiempo, y se puede decir que sus actividades temporales tienen alcance eterno. Podemos por tanto vivir en esta tierra una vida nueva, si abandonamos nuestros planteamientos egoístas. No sólo debemos afrontar con decisión la fatiga, sino que debemos en muchas ocasiones luchar contra la inclinación interior a la comodidad excesiva, a la pereza y al egocentrismo, que causan , a menudo, nuestra infelicidad.
«El que pierda su vida por mí ( por los demás) la encontrará». Si en nuestra diaria, en el cumplimiento de nuestras actividades ordinarias, ponemos todo nuestro afán por hacerlos con perfección y pensando en el bien de las personas de nuestro entorno, cada una de nuestras acciones–aun a los aparentemente vulgares– tendrán una vibración de eternidad y dejaran en nuestro interior un poso de alegría y paz.