El Sínodo extraordinario que tiene lugar en Roma desde el pasado 5 de octubre insiste en la necesidad de difundir el Evangelio de la familia, no solo mediante la enseñanza, sino además con el testimonio de las familias cristianas. Así se lee en la Relatio post disceptationem, el resumen de las intervenciones habidas en la primera fase de la asamblea. En esa línea, algunos padres sinodales han insistido en que la reflexión no se centre principalmente en las situaciones irregulares y aliente a las familias que dan buen ejemplo.
FUENTE: ACEPRENSA
La Relatio no es un texto definitivo, ni incluye ninguna decisión: “es un documento de trabajo”, como precisó en una declaración el director de la Oficina de Prensa vaticana con motivo de reacciones y comentarios que han atribuido al resumen un valor que no tiene. Solo recoge de forma condensada las ideas propuestas hasta ahora, para que los estudien los miembros del Sínodo, repartidos en grupos llamados círculos menores. Con las conclusiones a que se llegue en esta segunda fase se elaborará la relación final, que se presentará al Papa y servirá de base para preparar el Sínodo ordinario del año próximo.
Indisoluble
La Relatio comienza señalando que, pese a los signos de crisis, “el deseo de familia permanece vivo, especialmente entre los jóvenes, y esto motiva la necesidad de que la Iglesia anuncie sin descanso y con profunda convicción el ‘Evangelio de la familia’ que le ha sido confiado” (n. 2). En el plan de Dios, “los novios se prometen fidelidad y apertura a la vida”, y “Dios consagra el amor de los esposos y les confirma la indisolubilidad, ofreciéndoles la ayuda para ser fieles y abrirse a la vida” (n. 15).
Este anuncio no es responsabilidad solo de los pastores. “El Evangelio de la familia… resplandece gracias al testimonio de tantas familias que viven con coherencia la fidelidad al sacramento, con sus frutos maduros de auténtica santidad cotidiana” (n. 21). Es más: “Sin el testimonio alegre de los esposos y de las familias, el anuncio, aunque sea correcto, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras que caracteriza nuestra sociedad” (n. 26).
El mensaje de la Iglesia es siempre positivo. “No se trata solamente de presentar una normativa sino de proponer valores, respondiendo a la necesidad de estos, que se constata hoy también en los países más secularizados”.
Sin embargo, el anuncio inevitablemente encuentra oposición por parte de concepciones de la vida contrarias. “Es necesario no olvidar que la Iglesia que predica sobre la familia es signo de contradicción” (n. 27).
Partir de lo positivo
De ahí que el Sínodo se fije en las dificultades actuales para el bien y la felicidad de las familias. En distintos contextos socioeconómicos, los jóvenes encuentran obstáculos para casarse (cfr. n. 6). En ciertas partes se practica la poligamia; en muchas se han extendido la cohabitación, los nacimientos extramatrimoniales, el divorcio; aumentan el número de niños que viven con su padre o su madre solamente, o en familias recompuestas tras una ruptura (cfr. nn. 7-8). Entre las raíces de estos problemas, los padres sinodales mencionaron la vivencia de una “afectividad sin límites” (n. 10), así como “el individualismo y el hedonismo” (n. 11).
Todo eso exige por parte de la Iglesia ayudar a quienes han experimentado el fracaso en el matrimonio y la familia (cfr. n. 11), que para muchos son sufridos, no causados por ellos mismos, como ocurre con los cónyuges abandonados o divorciados a su pesar (cfr. n. 40). Para remediar tales situaciones, el Sínodo reitera una orientación básica de Juan Pablo II: la “ley de la gradualidad” (cfr. Familiaris consortio, n. 34), por la que se ayuda a las personas a crecer paulatinamente, a fin de que lleguen a ser capaces de vivir según la verdad sobre el matrimonio y la familia.
Las situaciones irregulares, como las uniones de hecho, “deben ser abordadas de manera constructiva, buscando transformarlas en camino hacia la plenitud del matrimonio y de la familia”
Para ello, la Relatio se plantea reconocer en las situaciones deficientes (cohabitación, nueva unión tras un divorcio) los elementos positivos, propios del matrimonio, que pueden darse imperfectamente fuera de él (cfr. n. 17). “La Iglesia –señala– se dirige con respeto a aquellos que participan en su vida de modo incompleto e imperfecto, apreciando más los valores positivos que custodian, en vez de los límites y las faltas” (n. 20).
Es algo ya señalado por la Iglesia en ocasiones anteriores; por ejemplo, el documento Familia, matrimonio y “uniones de hecho” (2000), del Consejo Pontificio para la Familia, dice: “No es raro encontrar uniones de hecho que contienen, incluso desde su inicio, una voluntad de convivencia, en principio, auténtica, en la que los convivientes se consideran unidos como si fueran marido y mujer, esforzándose por cumplir obligaciones similares a las del matrimonio” (n. 6). Partiendo de esas disposiciones buenas, se puede ayudar a los que cohabitan a perfeccionar su unión en el matrimonio.
Algo semejante se puede decir de los católicos unidos solo por matrimonio civil, como señaló Juan Pablo II: “Hay en ellos al menos un cierto compromiso a un estado de vida concreto y quizá estable” (Familiaris consortio, n. 82). Tampoco puede la Iglesia abandonar a los católicos que se han divorciado y han contraído posterior matrimonio civil (cfr. ibid., n. 84).
“Todas estas situaciones –dice la Relatio– deben ser abordadas de manera constructiva, buscando transformarlas en oportunidad de camino hacia la plenitud del matrimonio y de la familia a la luz del Evangelio” (n. 39). Esto exige, como también se subrayaba en Familiaris consortio, discernimiento para actuar caso por caso, pues no todas las situaciones son iguales ni se deben a los mismos motivos.
Gracias a las familias fieles
El documento recoge en su última parte distintas propuestas de trabajo pastoral expresadas en la asamblea. Las primeras son reforzar la preparación al matrimonio y acompañar con particular solicitud a los recién casados en los primeros años de vida común (cfr. nn. 34-35). En ambos casos se subraya la importancia de contar con la ayuda de matrimonios con experiencia.
También se recomendó agilizar los procesos para examinar si un matrimonio fue nulo, dando más competencias al obispo diocesano (cfr. nn. 43-44). Esta idea suscitó observaciones en contra en la discusión que siguió a la lectura de la Relatio.
Entre las propuestas de acción pastoral, destacan las de reforzar la preparación al matrimonio y acompañar con particular solicitud a los recién casados en los primeros años de vida común
Otra sugerencia que motivó críticas en la discusión fue la de admitir a la comunión eucarística, en determinados casos, a divorciados vueltos a casar, sin exigir, como siempre se ha hecho, que si no pueden separarse por los deberes con los hijos u otro motivo, se propongan abstenerse de relaciones sexuales, pues estas supondrían una ofensa contra el matrimonio vigente. Algunos miembros del Sínodo advirtieron que eso podría causar confusión y que las excepciones fácilmente acabarían convirtiéndose en regla.
En cuanto a la atención pastoral a los homosexuales (nn. 50-52), la Relatio dice, en consonancia con el Catecismo de la Iglesia católica (nn. 2.358-59) que se les ofrezca acogida en la Iglesia. En la discusión posterior se añadió que ello debía hacerse sin dar la impresión de que la Iglesia aprueba la homosexualidad. La Relatio subraya también que las uniones homosexuales no pueden ser equiparadas al matrimonio y se queja de las presiones extranjeras sobre países en desarrollo, con el intento de condicionar la concesión de ayudas a la adopción de “normas inspiradas en la ideología de género” (n. 51).
Luego, el documento muestra preocupación por la poca estima de la fecundidad en muchos ambientes y el descenso de la natalidad (nn. 53-55). A este propósito, destaca el valor de la encíclica Humanae vitae de Pablo VI. Finalmente, se refiere a la educación de los hijos (nn. 56-57).
En la discusión se propusieron temas ausentes o poco tratados en la Relatio. Primero, “evitar centrarse principalmente en las situaciones familiares imperfectas”. “Teniendo siempre presente que la Iglesia debe acoger a los que atraviesan por dificultades, sería bueno hablar más de las familias que se mantienen fieles a las enseñanzas del Evangelio, animándolas y dándoles las gracias por el testimonio que ofrecen”.
Además se sugirió acentuar más el tema de la mujer e incluir una referencia a los abuelos; tratar el problema de la pornografía; y con respecto a la apertura a la vida, considerar con más detalle no solo el aborto, sino también la maternidad subrogada.