Debemos tener altura de miras como personas y como equipo y, con los mimbres de que cada uno disponemos, hacer el mejor cesto. No sé si has tenido noticia de la extraña asamblea sindical celebrada en la carpintería más próxima a tu barrio. Fue una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias.
El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar. ¿La causa? ¡Hacía demasiado ruido! Y además, se pasaba el tiempo golpeando. El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo; dijo que había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo.
Ante tal acusación, el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija. Hizo ver que era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás. Y la lija aceptó, a su vez a condición de que fuera expulsado el metro, que se pasaba el día midiendo a los demás de acuerdo a su escala, como si él fuera el único perfecto…
En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició su labor. Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo. Finalmente, la tosca madera inicial se convirtió en un bello mueble.
Cuando el artesano salió, la asamblea reanudó la deliberación. El serrucho tomó la palabra y dijo: −Señores, ha quedado demostrado que sí, que todos tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestros puntos débiles y centrémonos en la utilidad de nuestras fortalezas.
La asamblea constató entonces que el martillo era sólido y contundente, el tornillo sujetaba, la lija era especial para afinar y limar asperezas y ¡qué preciso era el metro! ¡Se sintieron un equipo capaz de producir muebles de calidad! Todos orgullosos de sus fortalezas… ¡y de trabajar juntos!
Me ha hecho llegar esta historia−que es casi el post− una buena amiga, Edita. Me la ha enviado a través de Internet, que es como las herramientas de la carpintería: hay que saber usarla bien y aprovechar todas sus ventajas para “amueblarse la cabeza”, o para construir algo bueno o útil para uno mismo o para los demás.
Como los útiles de un taller, las personas tenemos una serie de características: en nuestro caso, capacidades, malos hábitos o virtudes, puntos fuertes y debilidades… Fijarnos solamente en los defectos de los demás no es bueno, ni justo… Ni tan siquiera útil. Suele ser interesante, por cierto, mirarse antes en el espejo y… recordar eso de la paja en el ojo ajeno y la viga (¡de madera!) en el propio.
Debemos tener altura de miras como personas y como equipo y, con los mimbres de que cada uno disponemos, hacer el mejor cesto. Cada cual aportando lo mejor de sí. Como las piezas de un reloj: hay una esfera que brilla, o unas agujas doradas e importantes, sí, pero… sirven de poco si no tenemos en cuenta al minúsculo y escondido −pero también necesario− tornillo o engranaje que garantiza que el reloj en su conjunto cumpla puntualmente su función. Os lo relataba en “Etc., etc., etc.” (enlace).
Cuando ponemos en valor el lado bueno de cada persona, su misión en el conjunto, todos salimos ganando… y dispuestos a dar lo mejor de cada uno. Y así, la unión de todos ofrece los mejores resultados.
Como decía la lija: cada cual debe cumplir su papel. Y no hay que darle más vueltas, añadió el tornillo. ¡Has dado en el clavo!, apuntó el martillo. ¡Exacto!, concluyó el metro.
Pues eso: cada uno su papel, su partitura. ¡Verás qué gran sinfonía!
José Iribas