El virus del miedo es más contagioso que el del ébola. Según informaciones publicadas estos días, la ratio de contagio del virus ébola es de las más bajas entre las enfermedades infecciosas. Con los datos recogidos hasta ahora en los cuatro países afectados de África Occidental, el número esperado de casos secundarios que un infectado puede generar oscila entre 1,4 y 1,9. Lo cual quiere decir que un caso localizado puede provocar hasta dos antes de que se recupere o muera. En comparación, el enfermo de sarampión puede provocar entre 12 y 18 casos, o el del VIH entre 4 y 10, con la diferencia de que para el sarampión sí hay cura.
Pero aunque muchos hayan hecho un curso acelerado de ébola por Google, en el barrio de Alcorcón donde vive Teresa Romero ha cundido el pánico y cualquier vecino cercano a la enferma está sufriendo un rechazo social. El inmueble donde habita ha sido desinfectado, pero quienes viven allí se sienten tratados como apestados.
Según cuenta El Mundo (14-10-2004), a la administradora del edificio, que ni tan siquiera vive en el inmueble, le han dicho en la academia de baile a la que iba que no vuelva por allí. Los negocios cercanos ponen carteles para garantizar que son zona segura. El gimnasio al que iban Teresa y su marido puso un cartel, que solo duró un día, para informar que “Teresa y Javier se dieron de baja en junio”. Un vecino treintañero dice que algunos compañeros de trabajo le piden que mejor se quede en casa.
El miedo pasa al pánico si se trata de relacionarse con el personal sanitario que atendió a Teresa Romero en Urgencias del Hospital de Alcorcón. Uno de ellos, el enfermero Carlos Fernández, tuvo que escuchar hasta algún reproche por traer a sus hijos al colegio. Fernández clama contra los que estigmatizan a los enfermos y al personal sanitario que los atiende: “¿Imagináis que los profesionales de la salud saliéramos corriendo y no quisiéramos atender a pacientes contagiosos? ¿Qué pensaríais si esos pacientes fuerais vosotros o algún familiar vuestro?”
Estas reacciones absurdas dicen mucho de los miedos de la sociedad supuestamente moderna y educada de la España de hoy. Cuando el ébola estaba confinado en África, la prensa europea hablaba de los mitos y costumbres africanas que dificultaban combatir la epidemia. El miedo a llevar a los pacientes al hospital por temor a que murieran, la desconfianza en la medicina occidental, la resistencia a enterrar los cadáveres sin honras fúnebres que eran causa de contagio, la estigmatización de los familiares del muerto… revelaban reacciones irracionales. Ahora que el ébola ha mostrado que puede contagiar en Madrid, hemos podido comprobar la irracionalidad de nuestros propios miedos.
En el fondo de muchas críticas y alarmas de estos días, hay un reproche implícito –y a veces explícito–: ¿por qué repatriaron a los misioneros enfermos? El reproche revela tanto egoísmo como ingenuidad. En un mundo globalizado, con estrechas relaciones entre África y Europa, es bastante inevitable que haya enfermos de ébola que entren en el espacio europeo. Y España no es el único país europeo que ha repatriado a nacionales que se han infectado en África. Lo importante es prepararse para afrontar estas situaciones.
Prepararse exige también no dejarse dominar por el pánico. Los misioneros españoles que están en los países africanos afectados nos dan un ejemplo de serenidad, al comparar la situación de España y la de estos países. En una entrevista, el P. Rafael Sabé, misionero salesiano en Guinea Conakry, declara: “La gente en África se sorprende de la reacción de pánico que existe en España. Aquí en Guinea Conakry ha habido 778 fallecidos, pero no ha estallado el pavor español. Es cierto que en África se vive muy de cerca el sufrimiento y esto crea carácter”.
Las personas que, como los misioneros, están dedicados a estar cerca del que sufre, nos pueden enseñar a no salir corriendo en cuanto surge el riesgo. En último término, el temor solo puede vencerse por el amor. Lo dice en su entrevista el P. Sabé: “Yo creo que el testimonio de los misioneros que han fallecido de ébola es admirable. El hombre no puede vivir si no es capaz de darse. Solamente una relación gratuita hace posible que experimentemos en el fondo de nosotros mismos el gozo de vivir para amar y ser amados”. Y si no somos capaces como ellos de dejarnos la piel en África, por lo menos dejémosles que vengan a morir en su patria, sin hacer de esto una tragedia nacional.
Ignacio Arechaga