La fidelidad a una persona, a un amor, a la familia, a una vocación, es un camino en el que se alternan momentos de felicidad con periodos de oscuridad y duda.
La perseverancia que pide la fidelidad no es, en absoluto, inercia o monotonía. La vida se desarrolla en una continua sucesión de impresiones, pensamientos y actos; nuestra inteligencia, voluntad y afectividad cambian constantemente de contenidos, y la experiencia muestra que no podemos concentrar todas las potencias en un único objeto durante largo tiempo.
Por eso, es preciso caer en la cuenta de que, por encima de cualquier cambio, un padre de familia tiene el poder de meditar y valorar cuáles son los episodios decisivos de su historia, y jerarquizarlos, para ser coherente con la trayectoria de vida que ha elegido. En caso contrario, sólo podrá concentrarse en las experiencias del momento y acabará en la superficialidad y en la inconstancia. Como dice San Pablo, «todo me es lícito, pero no todo conviene. Todo me es lícito, pero no me dejaré dominar por nada» .
Los hechos o las situaciones no son valoradas por su actualidad, sino por su cualidad. El padre fiel, se guía por el auténtico significado que un acontecimiento ha tenido en su vida; de modo que las realidades verdaderamente fundamentales –por ejemplo el amor de Dios, la certeza de la vocación de padre y el tesoro de su familia– se reconocen, en la propia historia, como realmente efectivas, capaces de guiar la conducta y ser fuente de actitudes firmes. Como decía san Josemaría: «sólo la ligereza insubstancial cambia caprichosamente el objeto de sus amores», y los amores fundamentales de un padre son su mujer y sus hijos: su familia.
De este modo, la memoria desempeña un papel de capital importancia en la fidelidad, pues evoca las cosas grandes que Dios ha hecho en la historia personal de cada padre de familia. Y además ¡Qué fecunda es la fe que interioriza los sucesos de la propia biografía! Por medio de ella el hombre descubre con luces nuevas que no está solo: todos dependemos de la gracia de Dios y de los demás.
Ante situaciones que pueden resultar más difíciles o cuyo sentido no se llega a comprender –relaciones familiares complicadas, falta de salud, periodo de aridez interior, dificultades en el trabajo– un padre con fe busca y acoge esos sucesos como venidos de lo alto y no le qutan la paz ni la serenidad, antes bien redoblan su fortaleza para luchar con todas sus fuerzas por su familia.