Padre es una palabra universal, conocida por todos, que indica una relación fundamental cuya realidad es tan antigua como la historia del hombre.
La importancia de la figura paterna es quizá en nuestros días mayor que nunca. Las comunidades civiles deben ser conscientes de la situación creada “de orfandad”, en los niños y jóvenes de hoy, que viven desorientados sin el buen ejemplo o la guía prudente de un padre y reaccionar para compensarlo de algún modo; porque esta “ausencia” deja lagunas y heridas en la educación de los jóvenes.
En nuestros días, se ha llegado a hablar de una «sociedad sin padres». La ausencia de la figura paterna es entendida como una liberación, a veces, sobre todo cuando el padre es percibido como la autoridad cruel que coarta la libertad de los hijos, o cuando éstos se sienten desatendidos por unos padres centrados únicamente en sus problemas, en su trabajo o realización personal, o caracterizados por su marcada ausencia del hogar.
Sin guías de los que fiarse, los jóvenes pueden llenarse de ídolos que terminan robándoles el corazón, robándoles la ilusión, robándoles las auténticas riquezas, robándoles la esperanza.
La coincidencia de este día con la fiesta de San José no es en modo alguno casual. El santo Patriarca era el prototipo de padre ideal, era un hombre joven, fuerte, recio, gran amante de la lealtad, con fortaleza. José era un varón justo, un hombre lleno de virtudes. Era un hombre fuerte, quizá con algunos años más que nuestra Señora, pero en la plenitud de la edad y de la energía humana.
«Joven era el corazón y el cuerpo de san José cuando contrajo matrimonio con María, cuando supo del misterio de su Maternidad divina, cuando vivió junto a ella respetando la integridad que Dios quería legar al mundo, como una señal más de su venida entre las criaturas. Igualmente resultaría inaceptable no sólo dudar de la verdad de su matrimonio con santa María, sino también el no tomar en consideración el amor existente entre ellos» (1).
Estas son las características que deben poseer los padres de familia actuales: respetuosos con sus mujeres, leales a su compromiso de amor, maduros y fuertes de carácter a la vez que dulces y cariñosos con su familia. En los avatares de la vida tendrán que compaginar grandes gozos junto a los suyos, con incertidumbres, sacrificios y sufrimientos, sin perder por ello la calma y la esperanza. La vida familiar merece la pena vivirla con entusiasmo. Sólo así la sociedad marchará por senderos de paz y concordia y serán erradicados todo tipo de distorsión y violencia.