En la fiesta del patrón de Europa

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El pasado 11 de julio celebramos la fiesta de San Benito patrón de Europa, por la labor educativa unificadora  y conservadora de la cultura europea realizada a través de los distintos monasterios diseminados por diversas partes de su geografía. La historia nos enseña que todos los imperios se hunden con sus culturas: Tartesos, Asiria, Babilonia, Persia, Egipto, Cartago… Pero la historia también registra dos excepciones asombrosas. Cuando Grecia es conquistada por Roma, la cultura helénica es respetada, conservada y asimilada por los conquistadores. Siglos más tarde, cuando a Roma le llega su hora, la simbiosis cultural grecolatina será milagrosamente preservada durante los Siglos Oscuros, hasta convertirse en el embrión de Europa.

No pocos historiadores consideran que Europa nace con el Edicto de Milán, firmado por Constantino el año 313. Siglo y medio más tarde, cuando el viejo Imperio sea desbordado y troceado por los bárbaros, la Iglesia permanecerá en pie como una institución autónoma, no política, con sus propios principios de pensamiento y régimen interno. Esa autonomía le permitirá mantener la unidad espiritual y cultural en el mundo latino, y ser maestra y guía de los nuevos pueblos. De hecho, la gran prueba de romanización de los reyes germanos, desde Clodoveo, fue su conversión al Cristianismo. La religión común logró entonces que el nuevo conglomerado político se reconociera a sí mismo en el término y en el concepto Cristiandad, vigente hasta que en el Renacimiento se empezó a hablar de Europa.

Cuando Roma se hunde, la Iglesia –dice Chesterton– transforma el barco hundido en un submarino que atraviesa los Siglos Oscuros, hasta resurgir recién pintado y deslumbrante, con la Cruz en alto. Exprimiendo esa imagen, podemos añadir que los monasterios serán también –en ese mundo atomizado, inseguro y rural– submarinos que llevarán a cabo una incomparable labor educadora. En su origen hay un personaje que no podemos olvidar: Casiodoro. Este prefecto de la ciudad de Roma, cónsul y senador en la Italia ostrogoda del siglo VI, concibió y abordó el magnífico proyecto de sistematizar la polifacética educación humanística de Grecia y Roma. Había llegado a la conclusión de que la herencia clásica solo podía ser salvada bajo la tutela de la Iglesia. Por eso abandonó la alta política y fundó un monasterio en sus tierras sicilianas de Vivarium. Acto seguido trazó un programa de estudios monásticos que reunía disciplinas religiosas y seculares. Las materias no religiosas formaban el Trivio y el Cuadrivio: tres artes relativas a la elocuencia –gramática, retórica, dialéctica– y cuatro ciencias: aritmética, música, geometría y astronomía. Así, la cultura grecolatina no se hunde con Roma, se salva de forma inverosímil gracias a esa flota de submarinos que forman los monasterios medievales.

Para entender cabalmente este acontecimiento es preciso subrayar que la intención última de los monjes no fue, en realidad, crear una nueva cultura, ni siquiera conservar la antigua. Su objetivo era mucho más radical: buscar a Dios. En la incertidumbre de un tiempo turbulento, donde nada parecía quedar en pie, ellos aspiraban a lo esencial, a lo que vale y permanece siempre, a trocar lo provisional por lo definitivo. Pero la búsqueda del Dios bíblico exige la cultura de la palabra, porque Él se ha manifestado precisamente en la palabra de la Biblia. Y el Libro Sagrado, con su amplísimo registro de formas literarias, se comprende mejor cuando el lector está familiarizado con los géneros y los recursos literarios. Por eso estudian los monjes gramática, retórica y dialéctica, igual que los antiguos romanos. Casiodoro tuvo la idea de introducir un cuarto tiempo –el estudio– en el ritmo de vida monacal articulado sobre el trabajo, la oración y el descanso. Un estudio abierto a la astronomía, porque la Naturaleza es obra de Dios, revelación sin palabras.

Para ello, cada monasterio tendría un scriptorium para la copia de manuscritos, y una biblioteca, palabra que en origen significaba «armario para biblias». Los monjes benedictinos fueron hombres de oración, pero también de libro y arado. Progreso intelectual y progreso técnico en tiempos de los bárbaros. Los monasterios, organizados como explotaciones agrícolas y ganaderas, llegaron a ser las unidades económicas más rentables de Europa, y quizá del mundo.

De su ejemplo aprendieron los campesinos que su trabajo podía ser un ejercicio de virtud, y se adaptaron en lo posible al ritmo de vida monacal, en torno al trabajo, la oración y el descanso. Así, con la adopción de esos criterios se fue forjando Europa, obra de la oración, la técnica y el trabajo de cristianos que centraban sus vidas en Dios.

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