San Benito es considerado el patrón de nuestro continente por su trabajo gigantesco que contribuyó en gran manera a configurar lo que más tarde sería Europa. En aquel tiempo corrían gran peligro no solo la Iglesia, sino también la sociedad civil y la cultura. El y sus seguidores sacaron de la barbarie y llevaron a la vida civilizada y cristiana a pueblos bárbaros, conduciéndolos al trabajo y al pacífico ejercicio de las letras y los unió a manera de hermanos. San Benito contribuyó en gran medida a forjar el alma y las raíces de Europa, que son esencialmente cristianas, sin las cuales no se entienden ni se explican nuestra cultura ni nuestro modo de ser.
Hoy estamos asistiendo, por desgracia, a un empeño decidido y sistemático que trata de eliminar lo más esencial de nuestras costumbres. «Por una parte, la orientación casi exclusiva hacia el consumo de los bienes materiales, quita a la vida humana su sentido más profundo. Por otra parte, el trabajo está volviéndose en muchos casos casi una coacción alienante para el hombre, sometido al colectivismo, y se separa, casi a cualquier precio, de la oración, quitando a la vida humana su dimensión trascendente.» (1).
Por influjo del laicismo, que prescinde de toda relación con Dios, en no pocas legislaciones civiles, los derechos y deberes del ciudadano se establecen sin ninguna relación con una ley moral objetiva. Y lo hacen compatible con una apariencia de bondad, que solo engaña a personas de escasa formación y a los que ya han perdido el sentido de la dignidad humana.
La tarea de los ciudadanos europeos de buena voluntad para recuperar los valores morales de nuestra Europa comienza en la familia: cuando los padres y madres de familia comenzando por su conducta, por ejemplo en la generosidad en el número de hijos, en el modo de tratar a quienes les ayudan en las tareas domésticas, a los vecinos, cuando educan a sus hijos en el desprendimiento de sus cosas personales, en el sentido del deber, en la austeridad de vida, en el espíritu de sacrificio para el cuidado de los mayores y de los más necesitados; están cooperando en la recuperación de esos valores constitutivos de la esencia de nuestra civilización europea.
Cuando los profesionales que, aunque esto les acarree un cierto perjuicio económico, se niegan a prácticas inmorales: comisiones injustas, aprovechamiento desleal de informaciones reservadas, de influencias, intervenciones y actuaciones médicas que pugnan con la Ley de Dios, están limpiando de corrupción de forma eficaz nuestra sociedad y están poniendo las bases para su completa regeneración.
Hemos de tener claro que el bien es siempre más atractivo que el mal y son muchas las razones para ser optimistas, por lo que hemos de tratar de impregnar con este espíritu todos los ambientes de la sociedad.