Enseñar a nuestros hijos a solucionar sus problemas ellos solos

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Madurar como persona supone ser capaz de resolver los propios problemas. Cada vez que solucionamos un problema y salimos adelante, hemos crecido un poco como personas. Por el contrario, si siempre nos lo solucionan todo, nos quedaremos estancados. Los niños arropados e hiperprotegidos no saben superar las heridas de la vida y carecen de seguridad en sí mismos en la medida en que nunca han sido expuestos al dolor y a la frustración.

La relación con los demás supone, a menudo, pequeños conflictos. Enseñar a los hijos a enfrentarse a ellos y buscar posibles soluciones les hace crecer en autonomía personal. Al mismo tiempo, les hace disfrutar más de los éxitos (ya que son obra suya) y aprenden a encajar con humildad los posibles fracasos. Las personas demasiado protegidas suelen ser más inseguras y menos creativas e incapaces de tener iniciativas.

Pero, ¿qué problemas se pueden encontrar nuestros hijos en su vida cotidiana? Por ejemplo:

• Que determinado niño de la clase le pegue o le insulte.
• Que se metan con él porque ven que es débil y vulnerable.
• Que se metan con él porque es muy “empollón”.
• Que le castiguen continuamente porque se porte mal.
• Que no tenga amigos y esté un poco marginado en la clase.
• Que sea tan tímido que le cueste muchísimo relacionarse.
• Que los demás le den un poco de lado por su carácter impulsivo y mandón o por querer siempre salirse con la suya.
• Que se deje arrastrar por lo que los demás hacen y piensan.
• Que se vea muy influido por cualquier cosa que los demás piensen o digan sobre él.
• Que sienta envidia por lo que sus amigos tienen o hacen. Es muy frecuente que nos digan: “Es que soy el único de mis amigos que…”.
• Que se sienta acomplejado por algún defecto físico (estar gordo, ser feo, tener gafas, tener las orejas muy grandes, ser muy patoso en los deportes, tener voz de pito, no tener pecho, etc.). Este tipo de problemas hacen sufrir enormemente a algunos niños, sobre todo porque a veces los compañeros de colegio son muy crueles.
• Que le vayan mal los estudios.

Y ¿cómo podemos enseñarles a resolver estos u otros problemas? Creemos que lo primero de todo es no arreglárselos nosotros. Si actuamos directamente y nos enfrentamos a los profesores o a los amigos de nuestros hijos, agrandaremos el problema. Tampoco lo arreglaremos si excusamos a nuestro hijo, si le quitamos importancia a sus posibles errores y si solo nos fijamos en la parte de culpa que puedan tener los demás y no en la que nuestro hijo tiene.

Cada niño es diferente, y no siempre es fácil dar criterios generales de actuación. Lo ideal es crear en nuestro hijo estrategias que le permitan ser capaz de enfrentarse a esos problemas. Pero ¿cuándo y cómo tenemos que intervenir nosotros, los padres?
Pienso que, si nuestro hijo tiene problemas en el colegio, por ejemplo, debido a que algún niño le pegue o le insulte, es bueno que le preguntemos a su profesora y nos apoyemos en ella, pero siempre procurando que nuestro hijo se mantenga al margen y que, si es posible, ni se entere. De lo contrario, se acostumbrará a que su madre le arregle los problemas, y eso no es bueno: los niños no deben usar a sus padres como “guardaespaldas”.

Pensemos, sobre todo, que cada problema que les surja a nuestros hijos es una excelente oportunidad para educarles. Es imprescindible que la comunicación sea buena, de modo que ellos puedan contarnos, con libertad y sin temor, cualquier cosa que les ocurra y les preocupe. Es muy bueno que los niños se sientan escuchados, que se den cuenta de que sus problemas, por pequeños que sean, les interesan a sus padres.

Luego, nosotros, como tenemos una experiencia mucho mayor, podremos aconsejarles y valorar si ese problema es o no importante. Para ello, hemos de averiguar si dicho problema es un mero hecho aislado o si se ha repetido en reiteradas ocasiones. A veces, los niños hacen un mundo de un problema puntual, y hay que explicarles que, porque un día tus amigas hayan hablado mal de ti, no tienes por qué tomártelo tan mal.

También es bueno que les ayudemos a reflexionar, para que se conozcan mejor a sí mismos, aceptando sus posibles defectos y procurar luchar contra ellos. Preguntémosles qué creen que pueden hacer ellos para solucionar el problema. Esto suele ser mucho más eficaz que sermonearles.

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