Florentino Portero (Madrid, 1956) es analista de política internacional y profesor titular de Historia Contemporánea de la UNED. Autor de una docena de monografías, es investigador del Real Instituto Elcano —centro de estudios internacionales— y uno de los fundadores del Grupo de Estudios Estratégicos (GEES). Recientemente, visitó Pamplona invitado por Think Tank Civismo, momento en el que nos concedió esta entrevista.
Texto Ignacio Uría
Una vez más, la Unión Europea actúa dividida ante una crisis. En este caso, los refugiados sirios. ¿Habrá algún día una política exterior común?
El futuro está por escribir, si bien desde finales de la Segunda Guerra Mundial los Estados europeos viven inmersos en un proceso de convergencia continental, donde ha habido avances muy importantes. Desde el Tratado de la Unión Europea (Maastricht, 1992), se intenta abordar lo realmente político: la soberanía. Precisamente por los ambiciosos objetivos de Maastricht, hoy las cosas van francamente mal. Es un error engañarse y caer en optimismos patológicos. La situación no es nada buena, lo que no quiere decir que se cuestione el proceso de convergencia europea, pero sí sus ritmos y sus objetivos. Al menos, a corto y medio plazo.
¿Quiénes son responsables?
Los intereses de los Estados de referencia (Francia, Alemania, Reino Unido o Italia) sencillamente son diferentes: se ven las cosas de una manera distinta desde una capital o desde otra. Esto dificulta la toma de posición sobre asuntos que proceden de Maastricht. Entonces se fue demasiado lejos, por ejemplo, en la política de libre circulación de personas, que carece de una dimensión internacional conjunta y ha tenido consecuencias catastróficas, como hemos visto en los recientes atentados de París. El expresidente francés Nicolas Sarkozy propuso una revisión a la baja del Espacio Schengen [acuerdo por el que varios países de Europa han suprimido los controles aduaneros en sus fronteras interiores], recuperando ciertos controles fronterizos internos. Cada país tiene intereses distintos: por ejemplo, qué hacer frente a Rusia, qué hacer ante el conflicto que el Islam vive consigo mismo, con la presión migratoria…
¿Seguirá el Reino Unido en la Unión Europea?
El caso británico es distinto porque, básicamente, es una cuestión de ordenamiento jurídico. El derecho anglosajón es diferente al derecho continental, y eso influye en su concepto de «democracia», que no es como el nuestro. Por eso hay decisiones de la Unión Europea que chocan con su tradición política. Además, como le ocurre a Francia, el Reino Unido no quiere «dejar de ser británico» —los escoceses, un poco más—. Ciertamente, Francia juega desde Bruselas, porque es uno de los fundadores de la Unión. Su diplomacia siempre ha actuado pensando que Europa es una Francia grande, y no al revés. Gran Bretaña, ni siquiera eso, por eso es impensable que a medio plazo se integren en la Zona Euro o en el Acuerdo de Schengen. En 2017 los británicos celebrarán un referéndum sobre su permanencia en la UE y el resultado es capital para toda Europa: su eventual salida equivaldría al fracaso del proceso de integración.
Cuestiona usted entonces la unión política de Europa.
Las diferencias son reales, y no se van a resolver a corto plazo. Por tanto, el proceso de convergencia se va a complicar. Especialmente, porque Francia no va a aceptar la unidad política, que es una pretensión liderada por Alemania. Francia ama a Francia, y no tiene problemas de identidad, como le ocurre a España.
Necesitamos inmigrantes para mantener el estado de bienestar. Sin embargo, la integración es difícil.
No podemos predecir lo que va a pasar. Los ritmos de hoy no tienen por qué ser los de mañana: pueden ir a mejor, o a peor o indistintamente. La crisis demográfica en Europa tiene su origen en la hegemonía del pensamiento relativista. Cuando uno no cree en nada, no distingue el bien del mal, y la vida se convierte en una secuencia breve donde hay que tratar de disfrutar lo más posible… Ese no es el marco idóneo para constituir una familia, y sin familia no hay una recuperación demográfica. Los europeos están dejando de casarse y de reproducirse. Hemos dejado de creer en nuestro futuro, por eso nos hemos convertido en la parte decadente del planeta.
¿Estamos abocados a la desaparición?
En la medida en que este marco de referencia filosófica y cultural impere en Europa, Europa va a desaparecer tal y como la conocemos. Los que vengan del sur llegarán con su cultura, sus valores y sus ideales. Es legítimo, más aún cuando nosotros hemos decidido voluntariamente dejar de existir. Es lo que los geógrafos llaman el «suicidio demográfico». Este es el hecho capital que explica todos los problemas concretos que tiene hoy Europa.
¿Se trata de algo inevitable?
No, por supuesto. No es un determinante histórico, es una circunstancia. Europa puede reaccionar, pero, si no lo hace, las cosas cambiarán. Ya ha ocurrido antes: gentes de otros lugares llegaron a nuestro territorio y construyeron una nueva cultura. Si nosotros nos queremos suicidar, nadie lo impedirá. Este es el hecho fundamental: mientras sigamos en un contexto relativista, la crisis demográfica es inevitable. En consecuencia, cada vez necesitamos importar más mano de obra, pero una cosa es seleccionarla y otra que entren derribando paredes.