¿Es suficiente la explicación biológica para el orígen de la vida?

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hay-un-programa-inteligente-detras-de-la-vidaLos seres vivos son organismos sustentados por elementos y reacciones fisicoquímicas. Pero la mera suma de elementos de la Tabla Periódica jamás ha producido un ser vivo, como tampoco las piedras producen arcos y bóvedas por sí solas. ¿Acaso se puede explicar un edificio sólo por sus ladrillos? ¿No exige un proyecto que ha de ser llevado a cabo? Hablamos de proyecto porque, aunque no está a la vista, lo están sus resultados: los seres vivos.

Además, que algo no sea captado  por la investigación científica no significa que no exista. Sócrates reconoce que “si no tuviera huesos ni músculos no podría moverme, pero decir que ellos son la causa de mis acciones me parece un
gran absurdo”. Y el francés Gilson propone otro ejemplo certero: la explicación del movimiento de un viajero sentado en un tren puede hacerse en términos científicos que expresen la distancia, la velocidad, los materiales del tren y la energía que consume, pero todos esos datos no responden a una pregunta básica: ¿qué hace ese viajero en ese tren? Porque la verdadera respuesta es que desea viajar a París, y ello es verdad aunque ningún método científico nos permita adivinar esa intención.

En el mismo sentido, se puede decir que la causa principal de la vida no es biológica. Para justificar afirmación tan atrevida echamos mano de otro ejemplo. Si mañana un terremoto echara abajo el acueducto de Segovia, el montón de escombros estaría formado por las mismas piedras que vemos hoy airosamente levantadas. Pero solo serían piedras, no acueducto. ¿Qué añade el arquitecto a la piedra para que ésta se sostenga en el arco? Es preciso afirmar que añade un orden particular, algo tan evidente como inmaterial: sin orden, las piedras no pesan más ni menos, pero no se sostendrían sobre nuestras cabezas, y tampoco las palabras formarían el poema, ni los colores el cuadro.

¿Se podría decir lo mismo respecto a la diferencia entre lo vivo y lo inerte? Parece que sí. Porque todos los elementos que forman un ser vivo pueden ser reunidos en un laboratorio guardando la misma proporción. Sin embargo, en el laboratorio, esos elementos seguirán formando una mezcla inerte.
¿Qué le falta a esa mezcla? Uno de los científicos más prestigiosos del siglo XX, el astrofísico Alfred Hoyle, se planteaba el problema en estos mismos términos:
«¿Qué distingue nuestro yo animado de los objetos inanimados? Por descontado no son los átomos de los que estamos formados, pues no existe ninguna diferencia entre los átomos de carbono de un acantilado y los átomos de carbono de nuestros cuerpos; ninguna diferencia entre el hierro de nuestra sangre y el de una sartén. ¿Qué provoca, entonces, esa diferencia? Es evidente que debe tratarse de la ordenación de los átomos.»

Hoyle, después de constatar la diferencia de orden entre la materia inerte y la viva, se pregunta “que elemento de las ordenaciones provoca esa diferencia crucial”. Pero el término elemento parece impropio: ningún elemento puede provocar esa diferencia, puesto que todos los elementos de la materia viva y de la inerte son comunes. Si la diferencia entre un edificio y el montón de ladrillos que lo originó está en el orden, ese orden no lo introduce ninguno de los ladrillos, sino un factor diferente.

Un factor que denota inteligencia, y que se nos escapa desde hace más de veinticinco siglos, convirtiendo en profética la intuición que llevó a Heráclito a asegurar que por ningún camino encontraríamos la solución al enigma de la vida, aunque los recorriéramos todos.
¿Estamos hablando de un programa inteligente en los seres vivos? Sí. Pero se trata de un programa que no conseguimos atrapar en fórmulas ni se deja copiar: el programa de la vida.

José Ramón Ayllón

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