La presente crisis demográfica en España es probablemente la peor que hemos sufrido. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en la actualidad las mujeres españolas tienen de media 1,1 hijos por mujer. Incluso sumando la generosa aportación de parte de los inmigrantes, el número de hijos por mujer es de 1,23, muy lejos del 2,1, cifra considerada como garante de la estabilidad generacional. Al ritmo que vamos, y con una sencilla estimación, en diez años nacerán unos 222.000 niños al año, poco más de la mitad de los nacidos en el 2015. Un retroceso que parece que no tiene freno.
Estos datos hacen que España sea el segundo país con la tasa de natalidad más baja de la Unión Europea. En cuanto a la natalidad en Castilla y León, es una de las más bajas de España. En los últimos diez años ha perdido la población equivalente a la provincia de Segovia.
Nuestra provincia tampoco es ajena al fenómeno. Arrastra el segundo descenso mayor de España, enlazando 14 años de desplome de la natalidad. Desde que se inició el siglo XXI ha caído un 22%
Los economistas ven estas cifras alarmantes, sobre todo por el envejecimiento de la población activa: la que trabaja, la que crea empresas y produce la riqueza de un país.
Es natural que estemos muy preocupados por la cuestión de las pensiones, pero mucho antes de que las pensiones sean impagables, habrá crujido la sociedad entera por la imposibilidad del relevo generacional en trabajos cualificados, ante los problemas de soledad general y abandono de los mayores y por la falta de creatividad y vitalidad. La economía de una sociedad envejecida es de por sí insostenible, sin estímulos para la inversión y el gasto.
Una parte fundamental para la solución de este problema de primer orden, que tanto afecta al presente y futuro de España, está en las familias. Sin embargo, su importancia para la sociedad contrasta con la pobre apuesta de las administraciones por las políticas familiares. Las encuestas reflejan que la sociedad considera muy difícil formar una familia, y la mayoría de las mujeres reconoce, según el INE, que desearía haber tenido más hijos de los que ha tenido.
Resulta evidente que las ayudas para fomentar la familia y la natalidad en España son mínimas y casi siempre sujetas al IRPF, por lo que se deja fuera a la mayoría de ellas. Además, las ayudas son muy desiguales según la comunidad autónoma que las aplique.
En El manantial y la ciénaga, Chesterton nos enseña que capitalismo y antinatalismo están íntimamente ligados. El capitalismo necesita destruir la familia y evitar la procreación; pues, cuando falta una prole, falta también la razón primordial para luchar por sueldos más dignos. Y, en la consolidación del modo de vida que interesa al capitalismo, el movimiento feminista desempeña un papel fundamental. Se trata de un modo de vida que acabaría provocando la ruina de los pueblos, porque es indudable que sin hijos no habría prestaciones económicas, ni prosperidad.
El desplome de la natalidad está haciendo que la presión migratoria se convierta en algo irresistible. España deberá acoger a más de 191.000 inmigrantes cada año, desde ahora hasta 2050, si quiere compensar la caída de la población anunciada por el documento España 2050 presentado por el Gobierno.
El problema de la despoblación, además de ser un problema político es un problema matemático, pero ¿quién piensa en las matemáticas? ¡Tan aburridas! Simplemente con saber sumar y restar es fácil comprobar que como sigamos así los españoles somos una especie en peligro de extinción, como el lince o el águila real. Los nacimientos no remontan y los fallecimientos se disparan. Tal vez las características que nos distinguen de otros grupos étnicos no sean tan importantes como las del lince para distinguirlo de otros felinos o las del águila real para distinguirla de otras aves, y a nosotros cualquier otro grupo humano pueda sustituirnos con ventaja con la inmigración que nos invade, pero pensarlo me entristece.
Es evidente que España necesita siete millones de inmigrantes en tres décadas para mantener la prosperidad. Su llegada proporcionará, sin duda, una mejora no desdeñable de nuestras realmente dramáticas perspectivas demográficas. Sin embargo, el verdadero futuro de España está en nuestros hijos. Eso significa que deberíamos empoderar a los jóvenes españoles para que puedan tener todos los hijos que deseen. Es fundamental defender desde las administraciones, de manera clara e inequívoca, a la familia y la vida humana. Mientras tanto, la tendencia de la natalidad en España seguirá a la baja y los nacimientos acabarán convirtiéndose en una rara avis.