A los acosadores sólo les importa lo que opinen de sus acciones los miembros del grupo al que pertenecen, que en el microcosmos escolar casi siempre son los compañeros del mismo sexo.
Fuente Magisterio-Rodrigo Santodomingo
A la hora de diseñar armas eficaces contra el siempre muy complejo y multidisciplinar fenómeno del acoso escolar, un nuevo estudio ha arrojado algo de luz revelando verdades de apariencia simple aunque no necesariamente tan evidentes. Los resultados proceden de casi 500 encuestas rellenadas por alumnos a mediados y finales de Primaria. Cuenta el profesor René Veenstra y su equipo de la Universidad de Groningen (Holanda) que las fechorías del matón juvenil no conforman una espesa amalgama de tortazos irreflexivos dirigidos a víctimas aleatorias, sino que surgen de finos cálculos inspirados en exclusiva por las opiniones de los compañeros del mismo sexo.
Si el que acosa es un chico, antes de actuar medirá el nivel de aceptación de su candidato al martirio sistemático (sea otro chico o una chica) entre los varones de la clase. Lo que piensen las chicas resulta indiferente, ya que, según Veenstra, para él sólo importa no poner en riesgo sus afectos y estimas en el grupo de iguales, que a estas edades suele tener un marcadísimo acento de género. Nunca o rara vez atacará por tanto a compañeros o compañeras bien aceptados entre los chicos. Lo mismo ocurre con las chicas: a la hora de escoger víctima, todo queda entre ellas. A pesar de que el acoso se antoja como cuestión de sexo, Veenstra no se muestra partidario de abordar el problema desde esta perspectiva. «No es necesario», responde.
«Lo que es importante es darse cuenta de que los acosadores tienden a dividir la clase en fuentes potenciales de afecto (iguales bien valorados) y fuentes potenciales de dominación (víctimas por las que los iguales bien valorados no se preocupan)». Lo cierto es que los matones consiguen su objetivo al compaginar el ejercicio (si bien selectivo) de la violencia con un buen grado de aceptación global. «Los acosadores no son rechazados en general», continúa el autor del estudio, «sino sólo por aquellos para los que constituyen una amenaza. Y ese rechazo que perciben de las víctimas es simplemente parte del juego. No es algo que les preocupe».
Incluso a la vista de la percepción que tienen las chicas ante las situaciones de acoso que se dan entre chicos, ser un matón puede tener efectos de lo más beneficiosos, puesto que muchas chicas además de consentir sus abusos los aplaudirán. Veenstra opina que la razón a esto quizá radique en que a estas edades las chicas ya podrían estar «interesadas por los chicos desde un punto de vista amoroso, y para ellas el acosador encaja en el prototipo de lo que se supone debe ser un hombre». Como excepción a esta inmunidad del acosador frente el juicio del aula, existe una categoría que sí es vista con malos ojos por la mayoría de ambos sexos: la chica que ataca a chicos.
El profesor no está seguro de por qué ocurre esto, aunque cree «perfectamente posible» que se deba a que en la clase existe un pacto tácito según el cual a las chicas se les permite utilizar la violencia en su propia esfera de género pero no fuera de ella, en cuyo caso pasan a ser consideradas de alguna forma brutales. Para Veenstra, los programas anti-bullying deberían prestar más atención a los alumnos que no son ni acosadores ni víctimas, ya que los primeros difícilmente desistirán de una actitud que únicamente les reporta beneficios y a las segundas, por desgracia, no hay que convencerlas de las maldades del acoso. Es en el silencio cómplice y la discreta aprobación de estos chavales donde encallan las estrategias tradicionales, por lo que «resulta fundamental que su actitud vaya siendo cada vez más y más contra el acoso».
En Finlandia (donde al parecer todos los caminos de la buena práctica educativa conducen) llevan tiempo intentando erosionar el respeto o al menos connivencia que el bullying aún merece entre buena parte de la clase. El programa KiVa -según Veenstra «el mejor del mundo»- trata de «llamar la atención sobre el papel que juega el grupo a la hora de mantener el acoso y aumentar la empatía hacia los que lo sufren. Los ejercicios de grupo incluyen tormentas de ideas para apoyar a las víctimas y juegos en los que cada alumno adopta un personaje», métodos que al parecer han conseguido reducir «un 30-40%» el bullying en el país escandinavo. En la actualidad, KiVa está siendo implantado en Holanda y Veenstra está «seguro de que el programa puede funcionar en cualquier otro país occidental». KiVa: contra el respeto que merece el acosador
Ideado en la Universidad de Turku (Finlandia) el programa KiVa lleva desde 2006 capitaneando la estrategia antibullying en el país nórdico. En su página web (www.kivakoulu.fi), sus autoras se vanaglorian de ofrecer a cada uno de los más de 1.400 centros que lo aplican «una variedad excepcionalmente amplia de materiales específicos y fáciles de utilizar tanto para prevenir el bullying como para intervenir cuando ocurre».
Según recuerdan, el Gobierno finlandés se decidió a financiar una estrategia de implantación masiva en todo al país al darse cuenta de que «era poco realista esperar que cada centro desarrollase por su cuenta un programa propio, aparte de que no todas las acciones
En su vertiente preventiva, KiVa se basa en las dinámicas grupales para ir minando la tolerancia o incluso el prestigio de que gozan los comportamientos violentos en el aula. Se pone un gran énfasis en lo que denominan onlookers, es decir, todos los alumnos que ni sufren ni ejercen el acoso «para hacerles ver que están en contra y conseguir que apoyen a la víctima en lugar de animar al acosador».
Desarrollado durante 20 sesiones lectivas impartidas por maestros previamente formados, el programa propone realizar actividades tales como adoptar diferentes roles en los procesos de acoso, ver películas sobre el tema, discutir conceptos clave o desarrollar tormentas de ideas para pensar soluciones a situaciones concretas. De forma simultánea, el profesor va introduciendo una serie de normas en clase relacionadas con cada uno de los temas que se discuten. A final de curso, todas las normas quedan recogidas en un contrato que firman los alumnos.
Por su parte, un equipo de tres o cuatro profesores se encarga de coordinar las acciones concretas para atajar los casos más graves. Cuando esto ocurre, estos y el maestro de clase se reúnen con víctima y acosador en encuentros periódicos. También se intenta persuadir a un pequeño grupo de alumnos para que echen una mano al acosado haciéndoles ver la importancia de su colaboración en un problema serio de convivencia.