Pérez de Oliva, catedrático y rector de la Universidad de Salamanca en el siglo XVI afirmó que puso Dios al hombre acá en la tierra para que primero muestre lo que quiere ser.
«Si le placen las cosas viles y terrenas, con ellas se queda perdido para siempre y desamparado. Pero si la razón lo ensalza a las cosas divinas, a su deseo y a su goce, para él están guardados aquellos lugares del cielo»
Con esa libertad de ser lo que le plazca, el ser humano puede elegir vivir como planta y sentir como bruto. En ese caso, tenemos al hombre-mamífero: destructor de la biodiversidad, depredador insaciable, causante del calentamiento del planeta.
Pero si elige tener alma semejante a Dios y entiende como ángel, aparece el hombre-ser racional, con inteligencia, voluntad y libertad. Actor de su historia. Responsable de sus actos. Con naturaleza espiritual y capaz de amar.
A los hombres y mujeres, tanto de países ricos como de países pobres, les corresponde la miseria, cuando se envilece y participa sólo de la vida animal. Y la grandeza, «cuando con su obrar libre participa de la vida espiritual hacedora de arte, literatura, cultura. Es decir, de civilización».