Los partidarios de ampliar la impunidad del IVE, o sea, la interrupción voluntaria del embarazo o, en castellano vulgar, el aborto a discreción, se indignan porque la Iglesia compara la suerte del feto con la del lince para concluir que la vida del felino se encuentra más protegida en España que la del nasciturus.
(José Luis Manzanares-Estrella digital) Mejor sería que se limitaran a exponer las razones que, según ellos, justifican esa realidad indiscutible. Se castiga al que mata a un lince ibérico, aunque todavía se encuentre en el claustro materno, pero no a quien acaba con la vida humana en iguales condiciones. Los aspavientos sobran. Huelgan también los reproches por el supuesto mal gusto de la comparación cuando hemos visto documentales sobre cómo se practica la destrucción del feto humano. Una invitación a la náusea.
Son los mismos que denuncian la dignidad ofendida -¿de quién?- cuando alguien lamenta que estas prácticas se asemejan a la extirpación de una verruga o de un juanete, propiedad indiscutida y exclusiva de quien los tiene. Es lo que ocurre con la banalización del aborto como incómodo sucedáneo de los métodos anticonceptivos. Cada cual es muy libre de progresar por el camino que guste, pero debe abstenerse de criticar a quien llama la atención sobre los resultados obtenidos.
La campaña de la Iglesia se ha quedado corta. No sólo el feto humano se encuentra más desamparado que el de la fauna protegida, sino que lo mismo ocurre con la flora. El art. 332 del Código Penal, no contento con referirse a las especies vegetales, menciona expresamente sus «propágulos», bonita palabra que no está en el Diccionario, pero que se aplica a los estolones, rizomas y bulbos que engendran nuevas plantas.
Nadie discute la protección de la fauna y la flora, pero quizá el homo ibericus merezca también algún cuidado, no vaya a ser que desaparezca a cuenta de esa interpretación de la dignidad de la mujer. La cuestión es, hablando más en serio, que la vida humana tiene su propio valor individualmente considerada. Cada ser humano -también el nasciturus- es un ejemplar irrepetible. Por eso merece más protección que una familia de escarabajos o algas marinas, aunque ni la raza blanca, la negra o la amarilla se encuentren en peligro de extinción. La comparación es inevitable si se reflexiona sobre el camino emprendido y sus lógicas consecuencias. También algunos ancianos y enfermos terminales son una carga para los parientes o la sociedad que los atienden o soportan, según se vea. El resto queda a la imaginación del lector.
P.D.: Estas líneas tienen tan poco que ver con la religión como el Ministerio de Igualdad -y no de la Mujer- con el aborto. Aquí nada se iguala con el hombre como referencia. El padre de la criatura, aunque sea conocido y se preocupe por ella, no existe.