Suelen explicar los profesores a sus alumnos que el comportamiento de una Lengua se asemeja al de un ser vivo: las palabras de su vocabulario, nacen en un momento dado entre la gente corriente, crecen con el uso y evolucionan con el tiempo, dependiendo su permanencia en él de la generalidad de su empleo. Cuando por la pérdida de su significado u otras causas, dejan de utilizarse, las palabras mueren. Así una y otra vez, a lo largo de los años y de los siglos, con una espontaneidad y fluidez, tanto mayor cuanto mayor es la vitalidad de la lengua a la que enriquece.
Ultimamente, están introduciendo en el vocabulario de nuestra Lengua términos,- con procedencia bien distinta de la habitual, a golpe de decreto, orden ministerial o semejante -, que hacen extraordinariamente pesada la expresión, nada tienen que ver con la Gramática y llaman la atención de las personas que, en su momento, la estudiaron. Todo, para dar satisfacción a “fijaciones sexistas”.
Por esas fijaciones y quizás, porque quienes tienen empeño en difundirlas, no debieron aprenderla, introdujeron lo de “miembro y miembra”, “españoles y españolas” y otras gracietas semejantes. Por lo mismo, decretaron la sustitución de las palabras padre y madre de algunos documentos, por la de “progenitor” y habrá que revisar los cuentos infantiles para borrarles todo rastro de sexismo. La ultima “pieza”, recién salida del horno determina que a los “recién nacidos”, en lo sucesivo, se les denomine “criaturas”.
Me pregunto: ¿sólo son criaturas los recién nacidos?. Si los más mayores, dejan de ser criaturas, ¿cuándo comienzan a ser seres fabricados?. Conviene no ser ingenuos. En un articulo titulado “Idioma y ciudadanía”, Lázaro Carreter escribió: “La lengua debe ser considerada y tratada como instrumento. La comunicación no es su único objetivo, sino también la creación del pensamiento. Son los objetos comunicables lo que importan, no los signos, pero sin signos, no hay objetos comunicables”.