Hablar con los hijos: parte II

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¿Qué obstáculos se pueden presentar a la hora de establecer una buena comunicación con los hijos?

hablar-con-los-hijos-e-hijasEl diálogo entre los padres y los hijos ha de ser algo fluido, natural y espontáneo, algo a lo que los hijos estén acostumbrados desde que vienen al mundo. Lo que no puede ser es que solo se hable con los hijos cuando hay un problema o cuando hacen algo mal, como ocurría en los modelos familiares de otras épocas, en los que la madre le decía al niño: “Carlitos, tu padre quiere hablar contigo”, y Carlitos se echaba a temblar pensando “¡Menuda se  me viene encima!”.

Son muchos los elementos que se pueden interponer a la hora de dificultar un buen clima de  comunicación. Por ejemplo no ayudan nada:

– La televisión.
– Los gritos.
– El cansancio.
– El mal humor.
– La falta de tiempo.
– la distancia generacional.

Todos estos factores actúan en contra de nosotros y hacen que los mensajes que enviemos a nuestros hijos no sean lo eficaces que querríamos que fueran. Pero hay  otra serie de factores más difíciles sin duda de combatir, ya que se centran en malos hábitos a erradicar por parte de los padres. Enumeremos algunos de ellos:

– Tal vez la primera idea que tenemos que interiorizar es la que siempre hemos oído: hemos de ser positivos. De esa manera, nos daremos cuenta de que comunicarse no es enfrentarse, y,  de que para educar a los hijos no hay por qué discutir ni acalorarse.

-A veces caemos en el error de pensar que comunicarnos con nuestros hijos es hablarles y decirles lo que deben hacer, fiados en nuestra mayor experiencia de la vida y en el convencimiento de que los hijos necesitan de nuestro consejo para alcanzar el éxito en la vida. Todo esto es en gran medida cierto, pero no olvidemos, por favor, que lo más importante en una buena comunicación es saber escuchar, y nuestros hijos necesitan ser escuchados más que ser sermoneados. Si no escuchamos, no dialogamos, sino que caemos en un estéril monólogo.

–  Otras muchas veces nuestra comunicación no es eficaz porque no sabemos escoger el lugar ni el momento adecuados. Por ejemplo, si nuestro hijo está enfadado o triste por algún motivo, es muy probable que no esté muy receptivo para escucharnos. Y si somos nosotros los que estamos enfadados, tampoco transmitiremos nuestros mensajes con eficacia.

– Otras veces es la forma y el tono en el que decimos las cosas lo inadecuado. A ninguno de nosotros le gustaría que les dijera algo su jefe a gritos y delante de todo el mundo, ¿verdad?

En ocasiones, nuestros mensajes son negativos y están llenos de reproches, indirectas, ironías… ¿Cómo queremos que sean bien recibidos, especialmente cuando se hacen en público y delante de los demás hijos? Cuando un niño se siente humillado tiende a hacerse la víctima y a reafirmarse en su mala conducta.

Tampoco es deseable asumir de entrada un tono acusador, inquisidor e interrogador, con el ánimo de que nuestro hijo haga una pública confesión de sus errores.

Usar generalizaciones o etiquetas negativas a la hora de dirigirnos a ellos, por ej. “¡Es que siempre estás pegando a tu hermana!”, “¡Todos los santos días te tengo que decir lo mismo! ¡Es que pareces tonto, hijo mío!”.

Abusar del tienes que…, deberías… Hablando de esa manera lo que haremos es sermonear a nuestro hijo, y éste, sobre todo si es ya un adolescente, lo más probable es que desconecte de lo que le estamos diciendo. Es más práctico implicar al hijo de modo directo en la conversación, diciéndole, por ejemplo: “¿Qué te ocurre? He notado que estás perdiendo un poco el tiempo este principio de curso, ¿no te parece?, y tú no eres así” De esa manera, tu hijo se verá motivado a reconocer su error, lo cual es esencial si queremos que se esfuerce por mejorar. Luego, le podemos preguntar: “¿Y cómo te parece a ti que podríamos hacer para mejorar?”. Todo ello, si se le dice a solas y con cariño a un hijo, es mil veces más eficaz que una regañina o un sermón.

Hacer referencias constantes al pasado o al futuro. El pasado, pasado está, y es mejor no estar removiendo y echando en cara cosas ocurridas la semana pasada: “Ya te dejé el otro día un rato solo en casa por la tarde y, cuando vine, te encontré jugando con la maquinita, ¿cómo quieres que me fíe de ti?”. Eso, en el fondo, no es otra cosa que reabrir una discusión ya pasada, y a nada conduce.
Por otra parte, estar siempre hablando del futuro es muy cansino, sobre todo cuando lo hacemos en un tono negativo y amenazante: “Ya verás cuando llegues al Bachillerato, te vas a enterar”.

Hacer comparaciones con cómo éramos nosotros a su edad. Algunos padres gustan de ponerse como ejemplo ellos mismos, diciendo a sus hijos, por ej.”Pues yo a tu edad ya estaba trabajando y ayudaba a sacar a la familia adelante, mientras que tú solo sabes jugar a la Play Station”. Aunque ello sea absolutamente cierto, no conseguiremos nada diciéndoselo así a nuestro hijo, se lo puedo asegurar.

Hablar a los hijos a mucha distancia y sin mirarles a los ojos. De esa manera es mucho más fácil para ellos evadirse de la conversación.

No dejarles hablar a ellos o interrumpirles cuando lo están haciendo. Como antes señalábamos, en la comunicación es más importante escuchar que “colocar” tú tu rollo.

Empeñarnos en que siempre tenemos que llevar los padres la razón. En algunas ocasiones, puede y suele no ser así, y no pasa nada por reconocerlo.

¿Cuál es nuestro estilo comunicativo?

¿Nunca nos hemos parado a pensar en cómo nos comunicamos con nuestros hijos?

– ¿Nuestros hijos se acercan a nosotros confiados y seguros o les da un poco de “corte” el hacerlo?

–  ¿Nos ven siempre cercanos y receptivos o siempre ocupados y sin tiempo para nada?

–  ¿Perciben en nosotros un interés real por sus problemas y preocupaciones?

–  ¿Somos padres autoritarios, que no escuchan a sus hijos? (de esos que dicen “¡Esto es así y punto!”)

– ¿Somos padres que usamos mensajes negativos con los que, inconscientemente, buscamos que nuestros hijos se sientan culpables de lo que hacen?

– ¿Somos padres que restamos importancia a los problemas de nuestros hijos, pensando que son meras chiquilladas? Pensemos que, para ellos, no son chiquilladas, son cosas muy importantes, y tenemos que escucharles y ponernos en su lugar.

– ¿Somos padres que dan a sus hijos “conferencias”, que, evidentemente, ellos no escuchan?

– ¿Somos padres que están muy desfasados generacionalmente del mundo en el que viven nuestros hijos?

– ¿Somos padres que solo haban con sus hijos cuando hay algún problema que tratar?

Es bueno que nos hagamos estas y otras muchas preguntas, y que veamos en qué puntos podemos incidir para mejorar la comunicación con nuestros hijos.

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