Hablar con nuestros hijos: parte III

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¿Cómo podemos hacer para mejorar en la comunicación con nuestros hijos?

A la vista de la importancia que tiene este tema, nos hemos de plantear, en primer lugar y como siempre, empezar muy pronto. Cuanto antes nos ganemos la confianza de nuestros hijos, mejor. Y pensamos que hay cuatro principios esenciales que facilitan la buena comunicación con los hijos, que son:

•   Estar disponibles: los padres debemos esforzarnos por ser cercanos a los hijos, conscientes de que ellos son nuestra ocupación más importante. A menudo andamos cortos de tiempo, pero hemos de esforzarnos por sacar un poco de tiempo para charlar con ellos todos los días. Los hijos tienen que notar que nos interesan mama-e-hija-hablandosu vida y sus pequeños problemas cotidianos. No podemos dejar que nuestras ocupaciones nos impidan dedicar ese mínimo de tiempo a nuestros hijos.
Muchas veces querrán que les atendamos en un momento en el que no nos resulta posible hacerlo por estar ocupados. En estos casos, lo mejor es  que pactemos con ellos y les enseñemos a esperar, con un simple “En diez minutos estoy contigo”.

•    Buscar ratos de intimidad con cada hijo: Es muy bueno que tratemos de buscar situaciones de la vida cotidiana (por ejemplo, el mero ir a la compra, o al llevarles en coche  a alguna actividad…) en las que podamos quedarnos un rato a solas con alguno de nuestros hijos y hablar con un poco más de intimidad. La educación que hemos de practicar con los hijos ha de ser individualizada, no educamos “en manada”. Y, para eso, es necesario hablar a solas de vez en cuando con cada uno. Además, tengamos en cuenta que hay muchas situaciones comunicativas que se han de tener en privado con cada uno, por ejemplo: si tenemos que corregir, o consolar, o si queremos abordar temas de índole afectiva, etc.

•    Saber escuchar: Una persona solo se abre con otra si está seguro de que esa persona es de confianza y le va a escuchar con interés. Los padres tenemos que aprender cómo  escuchar para que nuestros hijos nos hablen y cómo hablar para que nuestros hijos nos escuchen.
Saber escuchar es muy importante, y nuestros hijos se dan perfecta cuenta de cuándo les estamos escuchando de verdad y cuándo estamos más pendientes de nuestros temas. Hay muchos indicadores, verbales y no verbales, que lo evidencian a las claras. Por ejemplo, asentir con la cabeza, seguirles con la mirada…: si tu hijo te está hablando y tú estás mirando a otro lado, lo más probable es que no le estés escuchando al cien por cien. Por eso, como antes decíamos, si en un momento dado no podemos escuchar a nuestro hijo, es mejor que no hablemos con él y le pidamos que espere a que terminemos la tarea en la que estamos inmersos.

Luego, hay también múltiples indicadores verbales que denotan atención por nuestra parte, como son el intercalar expresiones que indiquen que estamos metidos en la conversación, del tipo “Ah, Claro, Ajá, Muy bien”…; o que les preguntemos, por ejemplo “¿Y qué pasó luego? ¿Cómo terminó todo?”, etc.

•    Demostrar empatía: la empatía hace posible que nos pongamos en la situación de los demás y nos demos cuenta de cómo se sienten. Es muy importante para poder sintonizar con las personas de nuestro alrededor. Los niños suelen ser muy transparentes, y basta con mirarles cómo salen del colegio para saber si les ha ocurrido algo. Los padres tenemos que dar importancia a esos sentimientos de los hijos,  hemos de intentar comprender cómo se sienten  y hacerles ver que pueden expresar sus sentimientos sin vergüenza delante de nosotros, ya que les comprendemos y nos interesa lo que les está pasando. Muchas veces, las cosas que les ocurren son simples chiquilladas sin importancia, que enseguida se les van a olvidar.

No obstante, hemos de tener en cuenta que, en ese momento, para ellos lo que les ocurre es muy importante, y no es bueno que se sientan ignorados por sus padres.

Tengamos en cuenta que los hijos, a medida que van creciendo van también desarrollando el sentido del pudor y, fruto de él, el deseo de guardar celosamente una parte de su mundo interior. Ese descubrimiento de la intimidad lo evidencian los niños  y las niñas al legar a la preadolecescencia.

Los padres hemos de saber que este deseo de intimidad es normal, y no podemos irrumpir en ella sin su consentimiento. En esta edad es cuando empiezan a surgirles dudas sobre temas de índole afectiva o sexual, y es bueno que nos hayamos ganado la confianza suficiente con ellos como para que nos las puedan contar. Sobre todo, piensen que, si no les preguntan a ustedes toda una serie de cosas, se las preguntarán a otros, que seguro que se las explicarán peor que ustedes…

Luego, al adentrarse en la adolescencia, es normal que experimenten un cierto distanciamiento con respecto a sus padres. Ya no son niños, y  muchas veces se sienten más seguros y comprendidos por sus amigos. Nosotros, los padres, no podemos pretender competir con sus amigos para ganarnos su confianza, ni tampoco debemos estar todo el día preguntándoles, como si sospecháramos de ellos, dónde han estado, con quiénes y para qué. Este tipo de actitud fiscalizadora solo sirve para crear distanciamiento y algún que otro enfrenamiento con ellos.

Un problema muy habitual con respecto a los hijos y los alumnos  en edad adolescente es el desfase generacional. Actualmente, la cultura adolescente es muy distinta a la que nosotros vivimos en su día. En algunos aspectos, es más positiva, pero en otros es más negativa. Las modas y los avances tecnológicos avanzan a menudo más deprisa de lo que nosotros, los padres, podemos asimilar. Pero los padres y los profesores  no podemos ni debemos vivir al margen de todas las novedades y tendencias que plantean las modas juveniles. No puede ser que digan de nosotros que somos unos antiguos y que no tenemos ni idea de nada.

Por eso, unos padres implicados en la educación de sus hijos tienen que esforzarse por  conocer cuáles son los grupos de música que escuchan sus hijos, los libros y revistas  que leen, las películas que les interesan, los juegos que les atraen, las páginas web que más visitan, etc. Y, en la medida de nuestras posibilidades, hemos de compartir con ellos ese mundo, de modo que, en la familia, los padres y los hijos  no  vivan una especie de “vidas paralelas” sin ningún punto en común.

Y, ¿cómo podemos compartir con ellos su mundo?

Pues, por ejemplo, escuchando con ellos a quien esté de moda (y seguro que alguna de sus canciones nos gusta…), jugando un rato con ellos al Wii o a la Play, etc. Ahora tocará escuchar a los Jonas Brothers o al Canto del loco, o ver con ellos la película de Crepúsculo y comentarla juntos, o navegar con ellos por  Internet y meternos en Facebook, etc.

Y es que, solo si conocemos y compartimos con ellos el mundo en el que viven, nos escucharán y podremos darles criterio moral a la hora de seleccionar tan vasta oferta como se abre ante ellos a diario.

Para terminar, podemos señalar algunos  breves consejos más que puedan ayudarnos a la hora de comunicarnos eficazmente con nuestros hijos:

•    Tener detalles con los hijos que demuestren que nos interesan sus problemas: por ejemplo, si uno de ellos ha tenido un examen ese día, lo primero que debemos hacer al llegar a casa es preguntarle qué tal le ha ido; o, si tiene móvil, ponerle un mensaje  o bien llamarle para preguntarle qué tal  con el examen. Lo mismo podemos hacer, por ejemplo, si tiene un partido y no hemos podido ir a verle, etc. En la vida cotidiana hay infinidad de situaciones en las que podemos demostrarles que nos interesan sus problemas y que sus preocupaciones son también preocupaciones nuestras.

•    Adecuarse al nivel de los hijos: esto es importante hacerlo, sobre todo si los niños son aún pequeños. Hemos de hablarles de modo que nos entiendan y dar importancia a las cosas que les ocurren. Por otra parte, si somos conscientes de la edad que tienen, sabremos también cuáles son los problemillas que suelen tener a esas edades y estaremos mejor preparados para ayudarles. Por ejemplo, una niña de nueve años suele venir triste o enfadada un día sí y otro no porque tal amiga de clase le ha dicho no se qué y ya no quiere ser amiga suya; a esa edad, un niño puede que esté triste porque ese día en el patio todos se han puesto a insultarle por haberse metido un gol en propia meta…

•   También nos hemos de adecuar a cómo es cada uno de nuestros hijos: tengamos en cuenta que son distintos por su sexo, por su edad, por su nivel de madurez y por su carácter (hay niños especialmente introvertidos o sensibles, etc.). Todos estos factores los hemos de tener en consideración cuando hablemos con ellos.

•    Cuando los niños son muy pequeños, ayuda mucho a fomentar un clima de comunicación lleno de afecto y cariño el dedicar tiempo a jugar con ellos y a leerles cuentos. No hay un tiempo mejor empleado que ése, no lo duden.

•    Como lo habitual es que estemos un poco apretados de tiempo, aprovechemos los fines de semana y las vacaciones para recuperar el tiempo perdido y hablar mucho con los hijos.

•    Cuando los niños sean ya un poco más mayores, es muy grato tener tertulias familiares, en las que se ríe, se cuentan chistes, se recuerdan anécdotas familiares o se habla de cualquier tema con total libertad y desenvolvimiento. Ese tipo de tertulias son momentos especialmente gratos, en los que se “hace familia”.

•    Esperar a que estemos todos calmados antes de hablar. De lo contrario, en lugar de una conversación, lo que habrá será una discusión.

•    Procurar no abordar en público conversaciones que es preferible tratar a solas.

•    Dejar que hablen ellos y no interrumpirles ni quitarles la palabra.

•    No hablar con ellos desde lejos, sino de cerca, mirándoles a los ojos. No olvidemos que, en la comunicación, los factores extraverbales (los gestos, las miradas, la entonación…) son más importantes incluso que las propias palabras.

•    Cuando tengamos que criticarles o corregirles, hacerlo de manera constructiva, empezando siempre por lo positivo, para que, de esa manera, se vean implicados en la conversación y reconozcan sus errores.

•    No juzgarles antes de tiempo sin antes haber dejado que se expliquen.

•    Preguntarles  cómo se sienten y por qué cuando les veamos desanimados por algo. Nunca debemos mostrar desinterés o indiferencia ante sus sentimientos.

•    Cuando les veamos nerviosos o preocupados, hablemos con ellos sin entrar de modo brusco y directo, de tal manera que se tranquilicen o se abran.

•   Dejarles opinar a ellos también sobre cuestiones familiares, como son por ejemplo, los encargos, o los planes del fin de semana…

•    Respetar su silencio o su deseo de estar a solas (esto les ocurre a menudo a los adolescentes). A todos nos ocurre alguna vez que no tengamos ganas de hablar, por el motivo que sea.

•    No cerrarnos a que se hable en casa de cualquier tema, ni escandalizarnos por nada de lo que escuchemos.

•     Demostrarles que confiamos en ellos. Este es uno de los pasos previos para que ellos también puedan confiar en nosotros. Para ello, por ejemplo, debemos guardar siempre en secreto cualquier cosa que nos digan en privado.

•    Contarles nosotros también  cosas nuestras, de nuestro trabajo, nuestros amigos, etc…

•    Contarles las cosas que hacíamos nosotros cuando teníamos su edad.

•    Hacer actividades juntos (deporte, excursiones, juegos de mesa…).

•    No darles respuestas estereotipadas (por ej. “Papá, el examen me ha salido regular”  y el padre responde: “Eso es porque no estudias. Siempre te lo digo”). Ni tampoco respuestas de mero compromiso (por ej: “”Mamá,  hoy la seño se ha enfadado y nos ha dejado sin recreo” y la madre responde: “Será por que algo habréis hecho”) De esta manera no existe la conversación ni el diálogo, ya que, una de las partes, en este caso los padres, no están dispuestos a dialogar.

Hemos de procurara dar a nuestros hijos respuestas abiertas, a partir de las cuales se pueda entablar un diálogo constructivo y eficaz.

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