E.M.Gray escribió hace unos años un ensayo bastante famoso, que tituló “The Common Denominator of Success”: El común denominador del éxito. Lo hizo después de dedicar mucho tiempo a estudiar qué era lo común a las personas que tenían éxito en su trabajo y, más en general, en el resultado general de su vida.
Curiosamente, su conclusión no situaba la clave en trabajar mucho, ni en tener suerte, ni en saber relacionarse (aun siendo todas estas cuestiones muy importantes), sino que, según E.M.Gray, las personas con éxito han adquirido la costumbre de hacer las cosas que a quienes fracasan no les gusta hacer. Hay muchas cosas que no les apetece en absoluto hacer, pero subordinan ese disgusto suyo a un propósito de mayor importancia: saben depender de los valores que guían su vida y no del impulso o el deseo del momento.
Da igual que seas un estudiante universitario o una profesora de un instituto, un médico o una juez, una madre que se dedica por entero a su familia o bien otra que es además una joven ejecutiva de una multinacional; en cualquier caso (y quizá en este último más aún), en tu vida hay un reto muy importante en cuanto a la organización del tiempo.
Para una persona con un mínimo de inquietudes en la vida, el reto probablemente no es lograr ocupar el tiempo, sino más bien saber sacarle su máximo partido. Y no se trata simplemente de conseguir hacer muchas más cosas, sino de hacer las que pensamos que estamos llamados a hacer, establecer una juiciosa distribución del tiempo que nos permita alcanzar una alta efectividad en el trabajo y, a la vez, un uso equilibrado del resto del tiempo, en el que tenga cabida la familia, las amistades, la propia formación, la atención de otras obligaciones, etc.
Recordando las reflexiones de John Keating, aquel carismático profesor de literatura de El Club de los poetas muertos, se trata de «vivir a conciencia la vida, de manera que no lleguemos a la muerte y descubramos entonces que apenas hemos vivido».
Vivir a fondo, extraer a la vida todo el meollo. Son ideas con las que Keating luchaba por sacar a sus alumnos de la monotonía y la mediocridad. Les proponía salir del montón, vivir con intensidad el instante, recuperar el viejo carpe diem! –aprovechad el momento– acuñado por Horacio.
Aunque quizá Keating se pasa, como se comprueba en la película, porque aprovechar el instante no significa vivir para él, y sin embargo sí resulta positivo ese afán por extraer a la vida humana toda su riqueza. No le falta razón en ese esfuerzo suyo por arrancar a sus alumnos de la vulgaridad, de la falta de sentido. Porque es triste ver cómo algunos casi se puede decir que han muerto antes de morir, porque cuando les llega la muerte le han dejado casi todo el trabajo hecho.