Al cabo de un año de su elección, el Papa Francisco ha conseguido que el mundo escuche positivamente su mensaje. Pero tampoco faltan las críticas. El filósofo Joaquín García-Huidobro analiza estas reacciones en un artículo para “El Mercurio” de Chile, que reproducimos en parte.
Fuente: Aceprensa
El desafío para la Iglesia consiste en encontrar en cada momento de la historia la forma más adecuada para expresar su mensaje permanente. Esto supone un cuidado constante, para evitar que esas formas históricas no terminen por ahogar lo esencial. Confundir la forma humana con el fondo divino sería una curiosa variante de idolatría. Pretender, por el contrario, que el mensaje cristiano se exprese sin recurrir a ninguna forma, sería negar la realidad de la Encarnación: Cristo mismo se vistió, trabajó, comió y habló con unas formas determinadas, como buen judío que es. Lo esencial no vive en estado puro, sino que requiere ciertas expresiones externas para manifestarse.
Durante la Edad Media y el Renacimiento el papado adquirió diversas formas, tanto en su apariencia externa como en su organización. Francisco ha cambiado algunas de esas manifestaciones externas, que “pueden ser bellas, pero ahora no prestan el mismo servicio en orden a la transmisión del Evangelio”. Juan Pablo II cambió otras, como la silla gestatoria y la tradición de que los papas apenas salían del Vaticano, o no practicaban deportes. Que el Papa use zapatos rojos, blancos, negros o sandalias, no parece demasiado importante, ni tampoco resulta un signo para que nosotros expresemos particular alegría o alarma, según nuestro temperamento estético-teológico.
Naturalmente, esas formas no se refieren solo a las vestimentas o al lugar donde duerme el Papa. Hay algunas que tienen tal importancia histórica que su cambio (o su mantención) implica riesgos importantes. Francisco ha llamado la atención sobre un punto muy delicado, ya señalado por Juan Pablo II: el de la forma en que se ejerce el Pontificado. Decía este en 1995 que era necesario encontrar “una forma del ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva”. Piensa Francisco que se ha avanzado poco en este sentido y que hoy se hace necesario promover una “saludable descentralización”, que ponga en marcha esa aspiración del Papa polaco. Descentralizar no significa suprimir el papado ni negar un ápice su valor en la vida de la Iglesia. Simplemente se trata de encontrar formas que ayuden a cumplir mejor la misión, y que permitan despejar obstáculos innecesarios en el diálogo con la Iglesia Ortodoxa. (…).
Aprecio por la sencillez
El aprecio por la sencillez lo ha acompañado siempre: en Buenos Aires y en Roma. Pero hay un rasgo de su personalidad que cambió el día de su elección. El cardenal Bergoglio era un hombre retraído y bastante poco carismático. Los que lo conocían de cerca percibían su profunda humanidad, pero no era una persona que anduviera siempre con una sonrisa en los labios, sino un asceta más bien parco. Aunque él se ha referido al tema de manera sucinta, da la impresión de que ese día recibió un don muy particular, el de la alegría, la acogida y la ternura.
Esa alegría desbordante lo ha ayudado enormemente a transmitir algunas ideas que para él son fundamentales. Veamos algunos ejemplos.
¿Qué es lo más importante?
Para él, lo primero es ir a lo básico, que en el caso de un cristiano se llama Jesucristo. El cristianismo no es un conjunto de prescripciones y mandamientos, sino el encuentro con la persona de Jesús. Lo demás viene después. Si, como dice Francisco, al servicio de urgencia de un hospital llega un accidentado grave, el médico no le pregunta por los niveles de colesterol: le detiene la hemorragia, va a lo fundamental. ¿Significa esto que son irrelevantes los niveles de colesterol para llevar una vida saludable? Es claro que no, pero es un problema posterior.
Si la predicación se centra en los aspectos secundarios, sin mostrar el contexto, se hace incomprensible. Por eso hay que insistir una y otra vez en lo central: Cristo
Lo mismo pasa con la doctrina cristiana. No todas las verdades tienen la misma importancia ni son igualmente centrales. Si la predicación se centra en los aspectos secundarios, sin mostrar el contexto, se hace incomprensible. Por eso hay que insistir una y otra vez en lo central: Cristo, muerto y resucitado por cada uno de nosotros. El mensaje cristiano debe concentrarse “en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario. La propuesta se simplifica, sin perder por ello profundidad y verdad, y así se vuelve más contundente y radiante”, nos dice. ¿Ha derogado con esto alguna de las exigencias morales del cristianismo? Ninguna, simplemente las ha puesto en su lugar y las ha vuelto comprensibles.
Llegar a los que están lejos
Esta concentración en lo esencial tiene una ventaja práctica. Permite acercarse a quienes no forman parte del núcleo duro del catolicismo, a los millones de hombres y mujeres que no integran el selecto grupo de quienes están perfectamente convencidos y tienen todo meridianamente claro. (…).
Los críticos de Francisco olvidan que el Papa no les está hablando primeramente a ellos, sino a la gente de a pie, a esos católicos que están bautizados, pero que solo pisan las iglesias para matrimonios y funerales. Esa gente no lee encíclicas ni bulas. A ellos hay que hablarles de otro modo. Si leen entrevistas a una actriz de cine o a un futbolista, entonces habrá que dar entrevistas o hacer lo que sea, pero hay que llegar a ellos. ¿Y si pierde la solemnidad papal? Dudo que a san Pedro le hayan quitado el sueño las solemnidades.
La concentración en lo esencial permite acercarse a quienes no forman parte del núcleo duro del catolicismo
Todo esto implica riesgos, pero mayor es el peligro de aburguesarse a fuerza de buscar seguridad: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma en el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”, señala. (…).
No todo, sin embargo, es afecto y comprensión en el Papa Francisco. Él ha hablado con palabras muy duras a los eclesiásticos, haciéndoles ver que su misión debe ser un auténtico servicio. En este contexto de entrega radical, resulta ridículo andar a la caza de cargos y títulos honoríficos. La curia vaticana está para servir a los demás, no para hacer carrera. Nada de príncipes. Que quede fuera del sacerdocio la “preocupación excesiva por los espacios personales de autonomía y distensión”. Aquí se trata de vivir para los demás, de ser pastores “con olor a oveja”.
Atender a los pobres
El empeño por mover a los católicos a mirar lo esencial, exige rechazar la idolatría del dinero y los bienes materiales. Solo así cabe tener los ojos libres para atender a los pobres. Esto no es comunismo, como ha pretendido alguien, sino puro y simple Evangelio.
En otras épocas, el problema era la explotación. Hoy el drama más grave son los excluidos, seres humanos que son transformados en desechos, sobrantes. El Papa es muy concreto: “No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre”. Al mismo tiempo, tiene palabras muy duras contra la evasión fiscal egoísta, y contra la “conciencia aislada” de quienes tienen el corazón embotado por el bienestar, y viven como si los demás, especialmente los pobres, no existieran. Su llamado solidario abarca la arquitectura misma de nuestras ciudades, donde “las casas y barrios se construyen más para aislar y proteger que para conectar e integrar”. El olvido de los pobres en la vida diaria de los demás ciudadanos tiene muchas facetas, pero “la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual”.
¿Qué tiene esto de comunismo? ¿No será, más bien, un inquietante llamado que resulta incompatible con actitudes cómodas y autosuficientes?
Los pobres no son un añadido del cristianismo, sino que son su patrimonio y constituyen un elemento central en la ética de las bienaventuranzas
El Papa se anticipa a las excusas que todos tendemos a poner: “Nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de vida implican prestar más atención a otros asuntos. Esta es una excusa frecuente en ambientes académicos, empresariales o profesionales, e incluso eclesiales (…) Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social”. (…).
Los pobres no son un añadido del cristianismo, sino que son su patrimonio y constituyen un elemento central en la ética de las bienaventuranzas. En nuestras ciudades, perfectamente fragmentadas, el contacto con el pobre se hace difícil para muchos, porque exige recorrer largas distancias y adentrarse en un mundo desconocido. O vivir la experiencia de entrar a un gigantesco hospital público, o a una cárcel, para encontrarse con alguien que está solo, ante el cual no valen ni los títulos, ni los contactos, ni los apellidos, porque está ahí, frente a nosotros, y nos interpela en su humanidad desvalida.
La aproximación papal a la pobreza y la marginación, da luces acerca de su modo de enfrentar el drama del aborto. Aquí no valen reformas o “modernizaciones” de la postura de la Iglesia: “No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana”. Pero esa misma preocupación por el débil exige preocuparse muy en serio por acompañar a las mujeres que se hallan en esa difícil situación.
El futuro
(…) Hay muchos otros temas por enfrentar, entre otros el animar a esos millones de católicos que sienten a la Iglesia como algo muy lejano, para que vuelvan a casa y descubran un camino que les ayudará a vivir una existencia más plena y alegre. No sabemos cuánto tiempo tiene este Papa por delante. Pero aunque solo le quedaran unos días, aunque muriese mañana y su pontificado fuese uno de los más cortos de la historia, está claro que Francisco no habrá sido un mero Papa de transición. Después de él, el Papado, ciertamente, será el de siempre. Pero no será el mismo.