Hannah Arendt y la gran guerra europea

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Hannah Arendt, que había vivido en sus propias carnes el horror del régimen nazi, asistió al juicio de Adolf Eichmann, el coronel de las SS responsable del transporte de los deportados durante el Holocausto, con el objetivo de escribir una crónica para The New Yorker.

Durante el proceso, la pensadora alemana llegó a la conclusión de que los terribles crímenes que se estaban juzgando no habían sido protagonizados por un sádico ni por un personaje poderoso y malvado… sino por un hombre mediocre, que actuaba sin ningún tipo de convicción; un burócrata gris que había dejado de ser persona porque había renunciado a su capacidad de pensar.

El juicio de Eichmann es un suceso que acrisola la vida de Hannah Arendt. Ella llevaba mucho tiempo pensando y escribiendo sobre la cuestión judía. Había nacido en Alemania, pero era judía de raza, y por ese “hecho incontrovertible”, como ella lo llamaba, había tenido que huir primero de su país, luego de Francia, hasta llegar a Estados Unidos y empezar su vida de cero.

Arendt es una de las mentes más lúcidas del siglo XX y más preparadas para enfrentarse al juicio de Eichmann. Enfrentarse a entender qué pudo pasar para que en uno de los países más civilizados de la historia, en uno de los momentos de apogeo de su cultura, se cometiera una atrocidad así. Intentar comprender eso es un desafío, pero por su formación cultural, literaria y filosófica, era una de las personas más idóneas para ello. También por su capacidad de divulgar. Poseía una originalidad muy grande a la hora de afrontar las cuestiones intelectuales, porque huía del tópico y eso aportaba mucha frescura a su modo de entender las cosas.

Arendt se percató de que mucha gente durante el nazismo no actuó por una maldad radical sino por superficialidad, que es lo que ella denomina “mal banal”, es decir «banalizando la maldad» que cometían . en el sentido de que el sujeto que comete ese mal es tan superficial que su intención acaba convirtiéndose en frívola.

Y esto es muy grave, porque si metes presión en un ambiente superficial, es relativamente fácil que la gente se vuelva irreflexiva y actúe más por miedo o por impulsos que por un verdadero sentido de las cosas.

Cuando conmemoramos el 75 aniversario de la rendición del régimen nazi y en las crónicas del recuerdo de la gran guerra se rememora el horror de los campos de exterminio, no se debe olvidar que Hitler ganó elecciones democráticamente y que posteriormente, desde el poder, manipuló al pueblo alemán y a unos dirigentes superficiales, indolentes y frívolos, haciéndoles creer que el destino de Alemania estaba por encima de todo, incluso del asesinato en masa.

Cuando unos dirigentes políticos consiguen que se banalice el mal, por un pretendido progresismo; y el conjunto de una población asume adormecida leyes homicidas como la eutanasia o el aborto, se vuelven a reproducir los hechos que dieron lugar a la locura nazi, cuyo final hace 75 años, ahora conmemoramos.

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