No hay por qué negar que el sector financiero es un instrumento indispensable para que la economía funcione. También la empresa de la manzana cotiza en Wall Strett. Lo inquietante es el peso que ha ido tomando en los años anteriores a la crisis en comparación con la economía real.
Así lo describía en 2009 el ex economista jefe del FMI, Simon Johnson: “De 1973 a 1985, el sector financiero nunca obtuvo más del 16 por ciento de los beneficios empresariales nacionales. En 1986 esa cifra se elevó al 19 por ciento. En la última década del siglo, osciló entre el 21 y el 30 por ciento, más alta que en ningún otro momento de la postguerra. En la década actual llegó al 41 por ciento.
Igualmente espectacular fue el aumento de las remuneraciones. De 1948 a 1982, la compensación media en el sector financiero ocupaba una horquilla entre el 99 y el 108 por ciento del promedio para la totalidad de las industrias privadas. A partir de 1983, se disparó hasta alcanzar el 181 por ciento en 2007” (Atlantic, mayo 2009, citado en John Lanchester, ¡Huy!).
Esta hipertrofia de las finanzas es lo que al final ha acabado pasando factura con la crisis. Y es lo que está contribuyendo a desprestigiar a la economía de mercado, que siempre necesitará un marco regulador.
Al final, si se homenajea a la gente como Steve Jobs no es porque hayan hecho dinero, sino porque han aportado algo que ha mejorado la vida de muchos. En cambio, nadie llorará por los gestores de hedge funds; fondos de inversión libre o de cobertura como los tristemente famosos de Lehman Brothers.