Ideología es cualquier cosmovisión que explica la historia humana con pocas y simples claves interpretativas. Supuestamente, esas claves permitirán el diagnóstico correcto de todos los problemas y su consiguiente solución. Toda ideología, junto al reduccionismo intelectual asociado a una fe ciega en su interpretación, suele imponer una agenda política de transformación de la sociedad.
En el caso de la familia, la llamada «ideología de género» es una estrategia marxista que pretende acabar con los problemas matrimoniales disolviendo el matrimonio. El voluntarismo marxista siempre ha sido partidario de cortar por lo sano. En su día, enfrentado a los abusos de la propiedad privada, la suprimió donde pudo. Hoy decreta que la condición sexuada del varón y la mujer debe interpretarse desde la libertad, no desde la biología, de manera que cada cual pueda hacer con su cuerpo lo que quiera: my body is my art. En esa línea, desde finales del siglo XX, los partidarios de la ideología de género llaman también matrimonio a la unión de dos varones o dos mujeres. En las legislaciones que ya han aprobado dichas uniones, el nuevo criterio para otorgar la calificación de matrimonio es el sentimiento: «nos queremos».
Se trata de un cambio tan revolucionario como problemático, pues todo contrato se apoya en un compromiso voluntario, y en este caso, por primera vez en la Historia, un sentimiento sustituye a la voluntad como objeto de regulación jurídica. ¿Por qué razón no debe regularse jurídicamente un sentimiento? Porque solo la voluntad es capaz de un compromiso libre, esforzado y sacrificado. El sentimiento, al ser naturalmente voluble y caprichoso, no obliga a nada. La ideología de género también se enfrenta a otra evidencia irrefutable, pues las uniones que pretende legalizar podrían engendrar hijos si pudieran fecundarse, pero es la biología la que les niega esa posibilidad. La pretensión de esta ideología es, hoy por hoy, el último cartucho del marxismo, disparado por el lobby rosa. Quiere hacernos creer que el matrimonio ha sido pura convención social, regulada por el Derecho para dar un barniz de honorabilidad a las relaciones sexuales estables entre adultos de distinto sexo. Pero la verdad histórica nos dice algo muy diferente: que en todo tiempo y lugar se ha protegido esa unión por estar directamente asociada a la transmisión natural de la vida y a la supervivencia de la especie.
Se argumenta con supuestos derechos y apelaciones sentimentales, pero la misma biología elemental nos dice que la introducción artificial por reproducción asistida o adopción de un niño en la casa de dos personas del mismo sexo, ni convierte a dichas personas en matrimonio ni a los tres en familia. Porque dos hombres pueden ser dos buenos padres, pero nunca serán una madre, ni buena ni mala; y dos mujeres pueden ser dos buenas madres, pero nunca serán un padre, ni bueno ni malo. La psicóloga Alejandra Vallejo-Nágera resume su postura en estas palabras: «Me gusta, siempre me ha gustado, tener un padre y una madre. Cualquier otra combinación de progenitores me parece incompleta e imperfecta».