Jean Jaurès fue el líder indiscutible del socialismo francés a principios del siglo XX. Anticolonialista y pacifista, murió asesinado por sus ideas en 1914. Años antes había publicado una carta en el diario L’Humanité dirigida a su hijo, que se negaba a estudiar religión católica. Jaurès, que era catedrático de universidad, le explicó por qué debía hacerlo:
«Querido hijo, me pides un justificante que te exima de cursar la religión […] para parecer digno hijo de tu padre, hombre que no tiene convicciones religiosas. Este justificante, querido hijo, no te lo envío ni te la enviaré jamás […] tengo empeño decidido en que tu instrucción y tu educación sean completas. Y no lo serían sin un estudio serio de la religión.
»Te parecerá extraño este lenguaje después de haber oído a otros compañeros socialistas declaraciones sobre esta cuestión; son, hijo mío, declaraciones buenas para arrastrar a algunos, pero que están en pugna con el más elemental buen sentido. […]. Dejemos a un lado la política y las discusiones, y veamos lo que se refiere a los conocimientos indispensables que debe tener un hombre. Estudias mitología para comprender la historia de los griegos y los romanos, y ¿qué comprenderías de la historia de Europa y del mundo entero después de Jesucristo sin conocer la religión que cambió la faz del mundo y produjo una nueva civilización? En el arte, ¿qué serán para ti las obras maestras de la Edad Media y de los tiempos modernos si no conoces el motivo que las ha inspirado y las ideas religiosas que contienen? […] En el derecho, la filosofía y la moral… Hasta en las ciencias naturales y las matemáticas encontrarás la religión: Pascal y Newton eran cristianos fervientes; Ampère era piadoso; Pasteur probaba la existencia de Dios…
»Hay que confesarlo: la religión está íntimamente unida a todas las manifestaciones de la inteligencia humana; es la base de la civilización. Despreciarla es ponerse fuera del mundo intelectual y condenarse a una manifiesta inferioridad. […] Si bien no estamos obligados a imitar sus prácticas, debemos por lo menos comprenderlas […].
»En cuanto a la libertad de conciencia y otras cosas análogas, eso es vana palabrería que rechazan los hechos y el sentido común. Muchos anticatólicos conocen por lo menos medianamente la religión; otros han recibido educación religiosa, y su conducta prueba que han conservado toda su libertad. La cosa es muy clara: la libertad exige la facultad de poder obrar en sentido contrario. Te sorprenderá esta carta, pero […] un padre debe decir siempre la verdad a su hijo. Ningún compromiso podría excusarme de esa obligación.»
Me gustaría añadir algo, pero no puedo.
Ignacio Uría