Cuando se acerca la Navidad, algunos gobiernos emprenden campañas contra los juguetes sexistas. Creen estar haciendo así algo importante en favor de la igualdad sexual. Pero tales empeños se basan en supuestos inciertos.
En 2019, el gobierno francés promovió una “Carta para la representación equilibrada de los géneros en los juguetes”, a fin de que las tiendas de juguetes no tuvieran secciones separadas para niñas y para niños. Una medida práctica en cuyo favor se invocaron razones trascendentales. “En los primeros mil días de vida se forman y fijan muchas cosas en un niño –dijo el secretario de Estado para la Protección de la Infancia, Adrien Taquet–. Combatir la discriminación en las edades posteriores exige actuar desde los primerísimos días”.
Este año ha lanzado una campaña el Ministerio de Consumo español, que convocó una simbólica “huelga de juguetes” que se declaran “hartos” de que se los condene a jugar solo con la mitad de la población infantil.
El Ministerio alega un estudio del Instituto de las Mujeres –un organismo oficial–, según el cual casi el 40% de los anuncios de juguetes para niñas están relacionados con los cuidados y la belleza, mientras que la mitad de los dirigidos a niños se refieren a profesiones como piloto, militar o policía. Cosa grave, anota el secretario general de Consumo y Juego, Rafael Escudero, pues “el juego es básico para la configuración de la personalidad” de los pequeños; por tanto, “una elección de los juguetes y juegos libre de estereotipos de género es clave para el desarrollo de una población que, a través del juego, aprende a conocer cómo es la vida”.
Contra esos estereotipos, el ministro de Consumo, Alberto Garzón, ha llamado a un gran esfuerzo para que niñas y niños “puedan desarrollarse libremente como personas libres de prejuicios sexistas”.
Cuando los niños pueden escoger
Noble objetivo, ese. La cuestión es si semejante énfasis en los juguetes está justificado. No resulta tan claro que la diferencia de género en los juguetes sea obra de una conspiración patriarcal o publicitaria. Un experimento con niños y niñas de 18 meses a 4 años mostró cierta inclinación espontánea, no muy marcada, de los pequeños por los juguetes tradicionalmente asociados a su sexo. Se los puso a jugar dejándoles escoger juguetes de distintos tipos, clasificados como femeninos, masculinos o neutros. Resultó que los preferidos de los dos sexos son los mecánicos o de construcción, aunque más a los niños que a las niñas. Los segundos que más gustaron son las cocinitas, también a todos, pero más a las niñas que a los niños.
En todo caso, no deben de ser tan decisivos los juegos con marca de género cuando, pese a ellos, desde hace decenios son cada vez más las mujeres militares y policías, y crece la proporción de hombres en la enfermería.
Aun así, es preciso, según Garzón, “erradicar” aquellos anuncios que “perpetúan” los roles de género tradicionales. Su Ministerio se propone ir más allá de los juguetes y fomentar “pautas de consumo libres de estereotipos”, así como “el uso y promoción de productos de cuidado personal sin distinción de género”. Pero eso no es combatir el sexismo.
No es sexismo que existan juguetes o roles sociales atribuidos más comúnmente a un sexo o al otro. Si no hubiera distinción de género, no podría haber sexismo. Lo sexista no es admitir diferencias entre sexos, sino discriminar: las diferencias de trato que no obedecen a diferencias objetivas relevantes para el caso. No es discriminatorio reservar asientos a las embarazadas en el transporte público, ni exigir marcas más altas a los hombres para participar en pruebas de atletismo.
Dentro de sus competencias, el Ministerio debe combatir, en especial, la publicidad que cosifica a la mujer: un estereotipo claramente discriminatorio y seguramente más perjudicial que los juguetes para un sexo. En cambio, promover los juguetes o los cosméticos “sin distinción de género” es defender una opinión o incluso –en el caso de los productos de belleza– una moda.
Para educar contra el sexismo, pueden más los padres. Un ejemplo es la lección inolvidable que un abogado norteamericano contó haber recibido de su madre. Le enseñó a respetar a las mujeres haciéndole reflexionar y quitándole una foto de una joven medio desnuda que él pretendía colocar en la pared de su cuarto.
En cambio, cuando un gobierno lee la cartilla a los ciudadanos, fácilmente causa efectos contraproducentes. Porque ni los ciudadanos somos niños ni el Ministerio de Consumo es nuestra madre.