La acción de Dios a la luz de la ciencia

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Como he mencionado en artículos anteriores, ni la existencia de Dios ni su inexistencia pueden ser demostradas por la ciencia, pues Dios, si existe, no puede ser objeto del conocimiento científico. En consecuencia, desde el punto de vista racional, el problema de la existencia de Dios es filosófico y no científico. Ante este problema se han propuesto diversas soluciones:

Ateísmo: Según esta solución, propuesta hoy por muchos, Dios no existe y la existencia del universo sería consecuencia únicamente del azar. Un problema adicional, sugerido por esta teoría, es que realmente no sabemos qué pueda ser el azar.  Como la materia oscura y la energía oscura, es un nombre que sólo sirve para esconder nuestra ignorancia.

Panteísmo: Según esta solución, propuesta por nombres tan señeros como Spinoza y Einstein, Dios es el universo. Con otras palabras, en el universo hay algo que no podemos descubrir con el análisis científico, que explica de algún modo su propia existencia y la nuestra. La contraposición de esta teoría con la anterior queda clara en las palabras de Einstein contra la interpretación de Copenhague de la mecánica cuántica: Dios no juega a los dados. Con esas simples palabras, Einstein declaró su incredulidad respecto al concepto de azar, tal y como se plantea en muchas soluciones ateas al problema. En esta teoría, la acción de Dios en el mundo se realizaría únicamente a través de las causas naturales, sin modificación alguna (o sea, es una acción compatibilista).

Deísmo: Según esta solución, Dios existe y creó el universo, pero después se desentendió de él, dejándolo evolucionar solo. Originada en el siglo XVIII, muchos de los pensadores franceses de la época (y algunos posteriores hasta nuestros días) adoptaron esta teoría. Partiendo de este punto de vista, el problema de la acción de Dios en el universo no se plantea, pues se niega que Dios actúe en el universo.

Teísmo providencial: Según esta solución, Dios existe y creó el universo, pero después no se desentendió de él, sino que interactúa con él de alguna manera, dirigiendo su evolución. El problema de cómo tiene lugar la acción divina sólo se plantea en el marco de esta teoría.

Tradicionalmente, el Cristianismo ha considerado que existen dos tipos de acción de Dios en el mundo: general (con la que mantiene al universo en la existencia y sus leyes en acción) y especial, en la que Dios actuaría a través de hechos concretos. A su vez, esta forma de acción se divide en dos tipos diferentes: intervencionista a través de milagros, y no intervencionista a través de la Providencia. Aquí vamos a hablar de este último tipo de acción divina, que es esencial para que la oración de petición tenga sentido.

Desde el punto de vista científico, la acción de Dios sobre el mundo a través de su Providencia es indetectable. ¿Cómo entonces puede llevarse a cabo.

A partir de una visión determinista del mundo, como aquella a la que condujo la física de Newton en su formulación por Pierre Simon de Laplace, el universo, una vez creado, no tendría ningún grado de libertad, por lo que tendría cero dimensiones y podríamos representarlo mediante un punto geométrico. Sin embargo, visto desde fuera, todavía quedaría un asidero para la acción de Dios y la Providencia: las condiciones iniciales del universo. Así, C.S. Lewis propone que, al estar Dios fuera del tiempo, podría haber respondido desde el principio a las oraciones de todos los seres pensantes del universo ajustando adecuadamente dichas condiciones. Con sus propias palabras:

«Desde su punto de vista por encima del Tiempo, si quiere, puede tener en cuenta todas las oraciones para ordenar este vasto suceso complejo que es la historia del universo. Porque lo que llamamos oraciones ‘futuras’ siempre han sido presentes para Él.» (The Laws of Nature, 1945).

A partir de la interpretación de Copenhague de la mecánica cuántica, a la dimensión determinista del universo se añade una indeterminista, con lo que el universo dispondría de algunos grados de libertad y podríamos representarlo mediante una línea de una dimensión, con un extremo determinista y el otro indeterminista. La acción de Dios podría llevarse a cabo a través de eventos cuánticos aleatorios y ser totalmente imperceptible, si tiene lugar controlando el resultado de los colapsos cuánticos, sin modificar su frecuencia relativa. Distintos teólogos (Nancy Murphy, Robert Russell, Thomas Tracy, John Polkinghorne, William Pollard, Arthur Peacocke…) tienen teorías bastante diferentes entre sí, ninguna de las cuales resulta totalmente satisfactoria. Si creemos en la libertad humana, a partir de la aparición del hombre se nos añade un tercer medio a través del cual Dios podría actuar en el universo: inspirando a los seres humanos acciones concretas. La libertad humana actuaría así como cabeza de puente de la acción de Dios en el mundo material. Eso sí, como Dios no quiere contrarrestar nuestra libertad, en este caso la acción de Dios puede fracasar (porque nosotros podemos fallarle). Con este tercer vértice de la acción de Dios, el mundo pasa a ser bidimensional, representable por un triángulo. Podemos decir, por tanto, que la aparición del hombre (o de cualquier otro hipotético ser pensante y libre) introdujo una nueva dimensión en el universo.

Manuel Alfonseca

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