Amar es volverse amable pues el amor no actúa de modo descortés, no es duro en el trato. Sus modos, sus palabras, sus gestos, son agradables y no ásperos ni rígidos. Detesta hacer sufrir a los demás. Como parte de las exigencias irrenunciables del amor, todo ser humano está obligado a ser afable con los que lo rodean. Cada día, entrar en la vida del otro, incluso cuando forma parte de nuestra vida, pide la delicadeza de una actitud no invasora, que renueve la confianza y el respeto. El amor, cuando es más íntimo y profundo, tanto más exige el respeto de la libertad y la capacidad de esperar que el otro abra la puerta de su corazón.
Para disponerse a un verdadero encuentro con el otro, se requiere una mirada amable puesta en él. Esto no es posible cuando reina un pesimismo que destaca defectos y errores ajenos, quizás para compensar los propios complejos. Una mirada amable permite que no nos detengamos tanto en sus límites, y así podamos tolerarlo y unirnos en un proyecto común, aunque seamos diferentes. El amor amable genera vínculos, cultiva lazos, crea nuevas redes de integración, construye una trama social firme. Así se protege a sí mismo, ya que sin sentido de pertenencia no se puede sostener una entrega por los demás, cada uno termina buscando sólo su conveniencia y la convivencia se torna imposible.
Una persona antisocial cree que los demás existen para satisfacer sus necesidades, y que cuando lo hacen sólo cumplen con su deber. Por lo tanto, no hay lugar para la amabilidad del amor y su lenguaje. El que ama es capaz de decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan.
Para amar a los demás primero hay que amarse a sí mismo. Sin embargo, el amor no busca su propio interés, o no busca lo que es de él. Una cierta prioridad del amor a sí mismo sólo puede entenderse como una condición psicológica, en cuanto que quien es incapaz de amarse a sí mismo encuentra dificultades para amar a los demás.
Pero pertenece más a la caridad querer amar que querer ser amado, de hecho, las madres, que son las que más aman, buscan más amar que ser amadas. Por eso, el amor puede ir más allá de la justicia y desbordarse gratis, sin esperar nada a cambio, hasta llegar al amor más grande, que es dar la vida por los demás . ¿Todavía es posible este desprendimiento que permite dar gratis y dar hasta el fin? Seguramente es posible, porque es lo que pide el Evangelio: «Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis» .