Desde hace unas décadas da la impresión de que la autoestima es una especie de palabra mágica, bajo la cual parece que se esconde el elixir de la felicidad. Basta con entrar a cualquier librería y ver la cantidad de libros de autoayuda que ofrece el mercado editorial. En todos ellos se nos habla de autosuperación, de autoconocimeinto, de mejora personal, etc. Sin embargo, después de haber echado un vistazo a bastantes de ellos, la sensación que me dejan es de honda superficialidad.
Ello es así porque se limitan a hablar, casi siempre, de llevarse bien con uno mismo, de aceptarse, de intentar superar los problemas de la vida, etc. Pero se echa en falta en ellos un compromiso claro con las verdades inquebrantables que nos dicen qué es el hombre, para qué ha sido creado, dónde están las líneas que separan el bien y el mal, que relación existe entre el bien y la felicidad, qué sentido tienen el dolor y el sufrimiento, tanto el propio como el ajeno, qué es y qué no es el amor, etc. Y es que da la impresión de que a tantas y tantas personas de este siglo XXI que no saben ya ni por qué ni para qué viven, al menos les resulta consolador el mero “llevarse bien con uno mismo”, y ahí radica el éxito de este tipo de libros.
A un alto nivel de autoestima se suelen asociar el éxito y la felicidad personal. De ahí que esta palabra se haya convertido para algunos en una especie de panacea capaz de solucionar todos los problemas. Un excelente ejemplo de esto lo dio en su día el senador por California John Vasconcellos. Éste se propuso intentar paliar los devastadores efectos que en su estado estaban produciendo seis lacras sociales: el crimen, el maltrato doméstico, el alcohol, las drogas, los embarazos no deseados y el fracaso escolar.
Para ello, promulgó una Ley de la autoestima. Se propuso usar de ésta como si fuera una especie de “vacuna social” para prevenir los antes citados males, convencido de que la falta de autoestima de sus ciudadanos era su causante directa. Pusieron en práctica esta ley mediante programas educativos que aplicaron en las escuelas. Sin embargo, tales medidas no tuvieron el éxito deseado, y, de hecho, fueron un fracaso. Ello fue así debido a que, los problemas sociales no son causa únicamente de la falta de autoestima de los ciudadanos, y en ellos operan infinidad de factores de todo tipo. El segundo motivo del fracaso de esta iniciativa de ingeniería social se debió a que su aplicación se basó principalmente en la transmisión de mensajes muy banales a la población escolar, a modo de eslóganes del tipo “Eres especial”, “¡Quiérete a ti mismo!”, y dejaron de lado aspectos básicos de la persona como son el sacrificio y el esfuerzo.
¿Qué es la autoestima? Tal vez el primero que hizo una definición de esta fue W. James, uno de los padres de la psicología moderna. Decía que salía del cociente de la división entre nuestros éxitos y nuestras expectativas. Señalaba, un tanto irónicamente, que para ajustar dicho cociente a nuestro favor había que tratar de cosechar más éxitos o bien disminuir nuestras expectativas.
Actualmente, a pesar de los innumerables estudios que se han realizado sobre ella, no se ha dado con un método objetivo e infalible para evaluar cuál es el nivel de autoestima de una persona, ni se podrá tampoco dar con él, dado que dicho nivel no es algo orgánico como lo puede ser el nivel de colesterol en la sangre.
Podríamos definirla como el sentimiento positivo o negativo que se desprende de la valoración global que hacemos de nosotros mismos. El problema es que en dicha valoración entran toda un serie de variables subjetivas cuya mayor o menor importancia dependen de cada persona: la habilidad para relacionarnos, la vida afectiva, la apariencia física, el éxito profesional, la capacidad intelectual, los logros obtenidos, los bienes materiales que se poseen, etc.
Existen otras definiciones de este concepto, más adecuadas, a mi entender, por ejemplo las siguientes:
– Es la apreciación que las personas sienten de sí mismas.
– Es la fuerza interna que impulsa a la persona a desarrollarse y a poner en práctica sus cualidades.
– Es la manera en que las personas se sienten con respecto a sí mismas.
– Es el sentimiento general de valía que nos damos a nosotros mismos.
Por lo tanto, supone aprobarse a uno mismo como persona, aceptarse y considerarse válido y capaz de amar y ser amado por los demás. Esta autovaloración positiva de uno mismo solo será posible si alguien se siente amado en sí mismo, por lo que es, por ser quien es. Esta autoestima positiva se va forjando desde el seno materno y luego, las personas hemos de ir construyéndola a lo largo de nuestra vida. Por eso es tan importante la familia, pues en ella se cimenta el futuro hombre o mujer del mañana. Es en la familia donde uno debe sentirse querido incondicionalmente, y es la familia la única y mejor escuela posible del amor humano.
Decía, con mucha razón, Aqulino Polaino, que una familia no funciona bien si en ella no se procura cuidar la autoestima de todos sus miembros.