La belleza de la familia

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En una época en la que está de moda lo feo, es esencial resaltar la belleza de la familia cristiana, signo de Dios en el mundo

Asisto con asombro al fenómeno de la ugly fashion, la moda fea. Una corriente que reniega de lo bello y elegante a favor de lo transgresor, lo disruptivo o directamente lo feo. Es un síntoma más de una sociedad que ha perdido el sentido de la trascendencia. Los seguidores de esta corriente sucumben ante unas zapatillas crocs con tacón de 700 euros, un bolso de 1.400 que asemeja una bolsa de basura o un abrigo oversize de 3.600 en el que caben usted y sus tres mejores amigos. Por cierto, ¿cómo sabes si te queda grande un abrigo oversize? Preguntaré en Balenciaga.

El caso es que, hoy en día, todo el mundo puede vestir bien, pues la producción en serie ha acercado al pueblo la moda que antes solo estaba al alcance de unos pocos. Los diseños de las grandes marcas son imitados en tiempo récord y distribuidos por internet a precios populares, por lo que cada vez es más difícil distinguirse de la masa. ¿Cómo lograr esa distinción y exclusividad? Pues vistiendo feo.

Muchos artistas contemporáneos participan de esta búsqueda alocada de la originalidad con obras que buscan molestar más que emocionar, perturbar más que elevar el espíritu. Para llamar la atención y que tu obra se vea necesitas el escándalo, el morbo, la disrupción… Pero ¿qué sensaciones vienen detrás? Después del asombro, solo queda la búsqueda de la próxima admiración y, después, el siguiente “¡oh!” que será ya el no va más. Pero no hay satisfacción, no hay saciedad. Como en el bucle infinito en que nos mete el adictivo algoritmo de Tik Tok, uno quiere siempre más. Una nueva, aunque efímera, emoción a beneficio de la red social china que gana más cuanto más tiempo nos tenga enganchados.

La belleza, una proyección hacia el infinito

Sin embargo, ¿qué pasa cuando uno contempla una obra verdaderamente bella? ¿No siente uno que la emoción estética le ha llevado a salir de sí? ¿No consigue el verdadero artista que el que contempla su obra trascienda a ella? Quien admira un bonito cuadro, visiona una gran película, lee un buen artículo o novela, o escucha una pieza musical de calidad sale de sí, mira a los otros, viaja a otro lugar, a otro tiempo. Quien ve, escucha o lee una obra de arte hace suyos los sentimientos del autor, pero le añade los propios y esa fusión se proyecta hacia lo alto, hacia el infinito.

Es lo mismo que nos pasa cuando contemplamos un amanecer, escuchamos una tormenta o miramos el vuelo hipnótico de una bandada de pájaros. Y es que, el ser humano lleva en su interior un gusto natural por lo bueno, lo verdadero, lo justo… y lo bello. Simone Weil decía que «En todo lo que suscita en nosotros el sentimiento puro y auténtico de la belleza está realmente la presencia de Dios. Existe casi una especie de encarnación de Dios en el mundo, cuyo signo es la belleza».

La familia cristiana, fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, abierta a los hijos, con compromiso de igualdad, fidelidad y donación mutua tiene esa belleza natural trascendente, que nos habla de eternidad, que nos eleva al infinito, que parece colmar nuestras aspiraciones. Una belleza que no es otra cosa que signo de Dios en el mundo.

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