El incendio de la catedral de Notre Dame de París ha causado conmoción en la laica Francia y en el resto de Europa. El Occidente poscristiano siente que ha perdido un símbolo y clama por su reconstrucción, lo que es una buena noticia. Pero falta el elogio a la cultura que hizo posible este templo, sostiene Auguste Meyrat, profesor de lengua en Dallas y colaborador en varios medios estadounidenses.
Fuente: The Federalist
Poco después de conocerse la noticia del incendio, ocurrido el pasado 15 de abril, ya era visible en los telediarios el pesar de los franceses. Como muchos analistas dirían después, Notre Dame forma parte de la historia del país, y no es preciso ser católico para lamentar el siniestro. Hubo quienes subrayaron tanto el valor artístico del templo y su simbolismo para Francia, pero parecía que su significado religioso estaba de más.
Pero estos elogios pasan por alto que la belleza de Notre Dame es inseparable de la belleza de la fe católica, algo que a menudo olvidan los laicistas. “Solo una ciudad medieval verdaderamente devota, dinámica e inspiradora como era París en el siglo XII, que albergó a figuras de la talla de Santo Tomás Becket, San Bernardo y Pedro Abelardo, podría construir algo tan grande y tan improductivo”, apunta Meyrat.
Los homenajes laicos a Notre Dame “no han de ser menospreciados”. Sin embargo, para que no queden incompletos, habría que acompañarlos “del elogio de los valores olvidados que crearon este edificio”. Un consejo que vale también para los creyentes: “Los católicos necesitan recuperar la belleza de Notre Dame, una belleza que deriva de la fe genuina y de una comunidad viva”.
Hoy nos sobran los conocimientos técnicos para reconstruir Notre Dame, pero nos falta la fe que llevó a los europeos de entonces a levantar catedrales que “ensancharan el alma” de quienes acudían allí para adorar a Dios.
Por eso, para Meyrat, la imagen de Notre Dame en llamas tiene algo de recordatorio amargo: nos dice que el Occidente secularizado ha descuidado “la verdad, la bondad y la belleza”, y que ya no es capaz de construir edificios así. Si los franceses quieren recuperar un símbolo nacional del que se sienten tan orgullosos, deben dejar de tomarse tan en serio a sus filósofos posmodernos y mirar a sus raíces cristianas.