la cultura de la vulgaridad

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ARTÍCULO DE EMILIO MONTERO HERRERO

Este fin de semana se ha celebrado, en Malmö (Suecia) la edición número 60 del Festival de Eurovisión, el evento musical más importante del año, un festival que ha ido perdiendo con los años en calidad y ganando en extravagancia.

Al margen de implicaciones territoriales, porque los países vecinos suelen votarse entre ellos, lo que sí que se observa es que el festival ha ido degenerando, año tras año, hasta convertirse en un evento en el que el aspecto musical ha pasado a un segundo plano y se premia más la reivindicación política o social del momento.

Desde hace años, este festival se plegó, sin tapujos, a hacer apología de la ideología LGTB. Cuanto más pro LGTB es la canción o actuación, más opciones tiene de ganar. En el Reino Unido muchos comentaristas de Eurovisión se refieren al certamen como “El Mundial Gay”.

También se pone de manifiesto en el festival la exaltación de una visión de la sexualidad transgresora, que supone la ruptura con la condición natural de todos los seres humanos como hombre o mujer. Es obvio que detrás de todo este planteamiento está la consideración de la sexualidad como algo plástico y moldeable, inspirado en los postulados de la ideología de género.

En esta edición del festival, España, por llegar al extremo el delirio ultrafeminista, presentó la canción ‘zorra”, del dúo Nebulossa. Como alguien ha dicho, en esta canción nada parece casual y viene a poner en valor una forma de ver la vida, promovida por el pegajoso ejercicio de ingeniería social de la izquierda progre, en la que lo soez sustituye a la lírica, a la poesía y a la belleza. Con una letra provocadora y una coreografía con dos bailarines barbudos, ataviados con petos de cuero negro a lo drag queen, con sus retaguardias al aire, que daban vergüenza ajena, su actuación ha dejado la imagen de España por los suelos a nivel internacional, al rozar el ridículo en la clasificación final del festival. Muchas asociaciones feministas, periodistas y personalidades de la cultura ya indicaron antes del festival que no se podían hacer las cosas con tal mal gusto y de forma tan vulgar, fea y zafia.

Más allá de reivindicaciones de índole sexual, este año entre las primeras clasificadas está la canción de corte satánico de Irlanda Bambie Thug, una actuación con guiños diabólicos. Los pentáculos y las miradas diabólicas están presentes en la actuación, para que la enésima normalización del infierno se transmita por las cadenas europeas.

También llama la atención en esta edición, el papel de Israel en el concurso. A pesar de que los titulares de los medios de comunicación se han centrado en su gran mayoría en la disputa social que ha generado la presencia de Israel en el certamen, tras su controvertida actuación en Palestina, incluida la campaña de Yolanda Díaz para que Israel no participara en el festival, ha ocupado el 5º lugar, con un total de 15 países, incluida España, concediendo a Israel la más alta puntuación del voto popular.

En definitiva, que una vez más los acontecimientos de masas creados con fines de entretenimiento sirven de escenario para mensajes bien distintos. Desde luego ha dejado de ser aquel festival que disfrutábamos en familia con los niños.

No puedo negar que me estoy quedando atrás en determinados temas, no cojo el compás de los tiempos. Y es que hay determinados aspectos en distintos ámbitos de la vida que me desagradan profundamente. Cuando veo actuaciones como la del Festival de Eurovisión, en el que algunos de sus participantes muestran sus traseros y partes íntimas o hacen gestos y actitudes obscenas, pues, la verdad, me repele. Es un ejemplo más de la penosa crisis cultural que vivimos, caracterizada por el uso frecuente del lenguaje soez y de expresiones malsonantes. Esa vulgaridad y permisividad pretenden ser legitimadas con el argumento de la libertad de expresión, por más soez y grotesco que nos parezca.

Esta tolerancia a lo vulgar se encuentra en la falta de valores que prevalecen en nuestra sociedad. Cuando en una sociedad se desploma la ética inmediatamente también lo hace la estética, pues ambas van indisolublemente unidas.

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