La Edad Media acabó con la esclavitud

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El éxito del adjetivo «oscurantista» es una prueba más de la habitual ignorancia de la gente, pues la pretendida oscuridad de la Edad Media está en completa contradicción con el fuego de sus vidrieras y la policromía de sus imágenes, con el colorido alegre de sus vestidos y el audaz diseño de sus zapatos de punta retorcida. Calificar de «oscura» esa permanente explosión de colores y extravagancias es un insulto a la inteligencia. Sin embargo –como explica André Frossard–, generaciones de ignorantes han salido y siguen saliendo de los centros escolares, imaginando la Edad Media como un túnel lleno de murciélagos, aunque la realidad se pareciera más a la mañana de un domingo resplandeciente bajo el sol.

Los críticos de la Edad Media se indignan ante el hecho de que los guerreros combatieran y los verdugos ahorcaran, al tiempo que desprecian al monje por evitar ambas ocupaciones. Habría que explicarles –sugiere Chesterton– que la guerra y la tortura son prácticas mucho más antiguas y universales. También fue más antigua la inmensa lacra de la esclavitud, con la que acabó precisamente la Edad Media. Tras la caída de Roma, los Siglos Oscuros fueron tan esclavistas como la antigua Carolina del Sur, pero el siglo XIV será un siglo de propietarios rurales.

No se había promulgado ley alguna contra la esclavitud, ningún Concilio la había condenado, nadie había librado ninguna guerra contra ella, pero lo cierto es que había desaparecido. Esa transformación sorprendente y silenciosa fue empujada por incontables y anónimos Wilberforces. Si la Edad Media fue la edad de los voluntarios, erradicar la esclavitud «fue probablemente la mayor obra jamás llevada a cabo con voluntarios de ambas partes». Los feudos habían sido en su origen villas romanas, cada una con su propia población de esclavos. La cristianización de la sociedad rebajó las exigencias de los señores a sus esclavos. Esas exigencias se fueron reduciendo hasta convertirse en una serie de derechos o pagos que, una vez satisfechos, permitían al esclavo disfrutar del uso y del producto de la tierra.

Es preciso recordar que muchos de los principales señores feudales eran obispos y abades, con frecuencia de procedencia campesina, y que bajo su cuidado disfrutaban las gentes de una justicia aceptable y de una libertad creciente. En Breve historia de Inglaterra reconoce Chesterton el crecimiento del poder de la Iglesia medieval a expensas del poder del Imperio, y añade que fue el lento desarrollo de ese proceso lo que acabó lentamente con la esclavitud. Aristóteles y los sabios de la Antigüedad habían considerado al esclavo como una herramienta de trabajo.

La transformación de los esclavos en propietarios pasa, durante siglos, por el estadio intermedio de la servidumbre. Ser siervo significaba estar adscrito al servicio de la tierra, pero también protegido por ella. No se le podía desalojar y, por expresarlo en términos modernos, ni siquiera se le podía subir el alquiler. En la citada Historia de Inglaterra también leemos que al propietario de esclavos le ocurrió como a quien clava unas estacas para levantar un cercado y se encuentra con que echan raíces y crecen hasta convertirse en árboles.

Así se transforman las estacas en algo más valioso y menos manejable. La diferencia entre una estaca y un árbol era exactamente la misma que entre un esclavo y un siervo, o incluso un campesino libre. Gracias a una trampa o a un vuelco de la fortuna, que ningún novelista ha osado llevar al papel, aquel prisionero se había convertido en el gobernador de su propia prisión. En cuanto el esclavo pasó a pertenecer a la tierra, era cuestión de tiempo que la tierra le perteneciera a él, como a´si ocurrió.

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