La autoestima de un niño se va forjando poco a poco, y son fundamentales para ello sus primeros años de vida. Durante estos años, los padres somos el único referente para que el niño vaya construyendo su propia imagen personal. Si esa imagen es positiva, el niño estará más alegre y mostrará mayor confianza y mejor disposición a la hora de enfrentarse a los pequeños retos que supone, por ejemplo, el vestirse solo, el jugar con otros niños o el afrontar el primer día de colegio.
Un niño necesita sentirse capaz de hacer bien las cosas como paso previo para querer hacerlas. Por eso es tan importante la autoestima positiva: cuando ésta existe, es mucho más sencillo motivar a un niño.
Un niño tiene desarrollada una correcta autoestima cuando se siente querido, se conoce tal y como es en realidad, y cuando está lleno de deseos y razones poderosas para querer mejorar como persona. Y tengamos en cuenta que esa mejora personal ha de desembocar en un deseo de darse a los demás, que es la meta final de una vida lograda.
Pero el primer paso para el desarrollo de una buena autoestima está en sentirse querido en el seno de la familia, tras haber desarrollado en su interior unos poderosos lazos de pertenencia a ella. Los niños que no se sienten queridos desarrollan conductas muy peculiares: por una parte, manifiestan dificultades para comunicarse con los demás, y ello les puede llevar a aislarse o a pegar a otros niños; pero por otra parte, tratarán siempre que puedan de llamar la atención sobre su persona, para demandar el cariño que no encuentran.
Un niño necesita también, además de cariño, vivir en un clima de exigencia. Sólo así podrá mejorar como persona y ganar en confianza y seguridad. Por eso es tan importante vivir bien la autoridad en la familia. Gracias a ella, van quedando grabados en su interior unos modelos y referentes de conducta para toda su vida. Si a un niño no se le exige, ese niño carecerá por completo de autodominio y la convivencia con él será siempre problemática. De ese modo, le costará crecer como persona. Será un niño incapaz luego de exigirse a sí mismo y plantearse objetivos de mejora personal.
El problema es que si el modelo familiar carece de unos referentes claros y valiosos, el niño, a partir de los doce o trece años se buscará él solito dichos referentes en su grupo de amigos, y, créanme, es muy probable que dichos referentes no sean los más adecuados…
Por último, señalemos que la autoestima se va forjando poco a poco, a base de pequeños logros personales. Nuestros hijos necesitan ir cosechando éxitos y ver que éstos le son valorados y reconocidos en casa. Solo así irá desarrollando el tan necesario sentimiento de satisfacción que brota de la propia competencia. No se trata aquí de que nuestro hijo sea el mejor, sino de que se esfuerce e ilusione por sacar lo mejor de sí mismo y, sobre todo, por crecer como persona en el plano moral..
Tendremos que estar atentos a si percibimos en nuestros hijos algunos indicadores que puedan delatar baja asutoestima, como pueden ser los siguientes:
• ¿Se deja influir en exceso por los demás?
• ¿Da una excesiva importancia a lo que sus amigos puedan decir o pensar sobre él?
• ¿Actúa habitualmente a la defensiva?
• ¿Se muestra susceptible?
• ¿Es envidioso y está siempre comparándose con los demás?
• ¿Culpa a los demás de las cosas en lugar de aceptar sus responsabilidades?
• ¿Está siempre recordando supuestos agravios sufridos en el pasado?
• ¿No tiene ilusiones ni metas?
• ¿No sabe expresar sus sentimientos?
• ¿No se acepta a sí mismo y está siempre mirando cómo son los demás y qué cosas tienen?
• ¿Se queja con frecuencia de su apariencia física?
• ¿No se relaciona bien con los demás niños?
• ¿Trata de llamar la atención de manera muy notoria?
• ¿Experimenta conductas regresivas?
• ¿No se comporta con naturalidad con sus amigos, intentando aparentar lo que no es?
• ¿Tiene miedo o inseguridad al afrontar situaciones nuevas?
• ¿Muestra habitualmente una actitud pesimista?
• ¿Tiene muy poca tolerancia ante los fracasos?
• ¿Encaja muy mal las críticas?
• ¿Tiene un rendimiento escolar bastante inferior al de sus posibilidades reales?
Podríamos aquí recordar, para concluir, algunas pautas sencillas de actuación para los padres en esta tarea tan importante de reforzar la autoestima de los hijos. Son de sobra conocidas, y forman parte del modelo de educación positiva en el que venimos trabajando:
– Mostrar hacia ellos siempre un amor y aceptación incondicional, a pesar de su defectos y travesuras. Por muy enfadados que podamos estar en un momento dado, no debemos decir jamás frases hirientes de las que se pueda interpretar nuestra falta de amor hacia ellos ( por ej. “¿Qué horror de niño!”, “¡Es que me amargas la vida!” “¡Hay que ver lo a gusto que se está cuando estás en el colegio!”.
– Evitar las etiquetas negativas con las que puedan acabar identificándose nuestros hijos.
– Evitar las comparaciones humillantes.
– No usar cuando estemos enfadados los adverbios “siempre” y “nunca” (“¡Es que siempre te lo digo y nunca haces caso!”).
– Separar siempre la mala acción de la persona que la realiza (“Has dicho algo que no es verdad, pero yo sé que tú vas a ser siempre muy sincero, ¿verdad?”; en lugar de decirle: “¡Eres un mentiroso!”.)
– Animar y estimular siempre a nuestros hijos a que se superen.
– Reconocer las cosas que hacen bien y decírselo. No debemos focalizar de modo exclusivo con una lente deformada que solo percibe los actos negativos de nuestros hijos. Los padres tenemos que examinarnos día a día de si hemos dicho algo bueno a nuestros hijos, pues motivos para ello los hay, no lo dudemos.
– Elogiarle cuando hagan algo realmente bien. Pero, ¡ojo!, tengamos en cuenta que un elogio nunca debe recaer sobre una obra mediocre o chapucera, pues, en tal caso, dicho elogio sería antieducativo. Se debe elogiar solo la excelencia, bien sea por el resultado final o por el gran esfuerzo invertido, aunque el resultado no haya sido luego el mejor.
– Es mucho más eficaz tratar de fomentar en nuestros hijos la virtud contraria que censurar el vicio: por ej., si vemos que está últimamente un poco egoísta, habrá que hacer con él planes de acción de generosidad.
– Demostrarles que tenemos confianza en ellos y siempre la vamos a tener, aunque nos hayan fallado esta vez.
– Demostrarles que tenemos interés por cada uno de sus pequeños logros y por sus pequeños problemas de cada día.
– Enseñarles a conocerse de verdad y a superar poco a poco y con confianza sus posibles limitaciones, como la timidez, la inseguridad, etc.
– Enseñarles a no desanimarse por los fallos y pequeñas derrotas cotidianas, y animarles a superarlos con espíritu deportivo. Sobre todo, nuestros hijos tienen que aprender a no generalizar y a no extender a su persona algún defecto puntual de un aspecto de ella. Por ejemplo, “Que seas malo en el fútbol no quiere decir que seas un desastre como persona”; “Que te cuesten los estudios no quiere decir que seas un inútil y un desgraciado”. Hagámosle ver que por fracasar en algo no se es un fracasado.
– No solucionarles los problemas ni sobreprotegerles.
– Reforzarles los puntos fuertes de su persona y apoyarse en ellos a la hora de educar
– Enseñarles a ir tomando pequeñas decisiones en su vida.
– Confiarle pequeñas responsabilidades en la casa.
– Esforzarnos en cambiar nuestro lenguaje y nuestra manera de decirles las cosas por otra más positiva. Por ejemplo, si se ha dejado la ropa tirada en el baño, en lugar de echarle la bronca, digámosle: “¿Qué tal si te das una vuelta por el baño?”; o, si ha hecho algo mal, le podemos decir, por ej.:”Ya sé que no lo vas a volver a hacer, ¿verdad?”.