La estabilidad familiar es esencial para la sociedad

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William Bennett, desde su amplia experiencia como Secretario de Educación en Estados Unidos, después de reconocer que «demasiados chicos norteamericanos son víctimas del fracaso parcial de nuestra cultura, de nuestros valores y de nuestras normas morales», llega a la siguiente conclusión: «Debemos hablar y actuar en favor de la familia: después de todo, la familia es el primer y mejor Ministerio de Sanidad, el primer y mejor Ministerio de Educación y el primer y mejor Ministerio de Bienestar Social». Espectadores de una crisis familiar sin precedentes, que afecta sobre todo a las democracias occidentales, Bennett y otros muchos analistas sociales llegan de nuevo a la vieja conclusión de que la familia es la más amable de las creaciones humanas, la más delicada mezcla de necesidad y libertad. Si se apoya en la reproducción biológica, su finalidad es la formación de personas civilizadas y felices, y con ello ya está dicho todo sobre su importancia absoluta.

La familia aparece como naturalmente estable y monógama, de acuerdo con los sentimientos naturales de sus miembros más débiles: los niños a duras penas soportan la separación de sus padres. La humanidad descubrió muy pronto que el amor, la unión sexual, el nacimiento de un hijo, su crianza y educación, son posibles si existe una institución que sancione la unión permanente de un varón y una mujer. La fuerza del impulso sexual es tan grande y la crianza de los hijos tan larga, que, si no se instituye una unión de los esposos con estabilidad y exclusividad, esas funciones se malogran y la misma sociedad se ve seriamente afectada. A la responsabilidad genética corresponde, también por derecho natural, la responsabilidad educativa de los progenitores. Ello exige la mencionada estabilidad, porque la actividad procreadora y educativa no es auténticamente humana si no se apoya en la donación personal completa del varón y la mujer, y porque resulta incompatible con una relación transitoria e inestable.

La familia es una escuela de vida personal y social, en la que el modo de existir en cada edad va aprendiendo los modos de existir de las demás edades. Respecto a los padres, el hecho de ser hombre y ser mujer los hace naturalmente complementarios: son distintos entre sí, pero mutuamente necesitados desde las profundidades del cuerpo hasta las cimas del alma. Y, en su unión familiar, ambos han de aceptar la obligación de un contrato protector de la familia, entre otras cosas porque los hijos necesitan su tiempo, su dinero, su ejemplo, sus conocimientos y sus energías. Dicho de otra forma: en la familia, el hombre nace, crece, se educa, se casa, educa a sus hijos y al final muere. En la familia se aprende y se enseña a vivir y a morir, y esa enseñanza, realizada por amor, es un trabajo social absolutamente necesario, imposible de realizar por dinero.

Sería equivocado ver la familia como célula de la sociedad tan solo en sentido biológico, pues también lo es en el aspecto social, político, cultural y moral. Virtudes sociales tan importantes como la justicia y el respeto a los demás se aprenden principalmente en su seno, y también el ejercicio humano de la autoridad y su acatamiento. Por lo tanto, la familia también es insustituible desde el punto de vista de la pedagogía social. Su propia estabilidad, por encima de los pequeños o grandes conflictos inevitables, es ya una escuela de esfuerzo y ayuda mutua, donde se forman los hijos en unos hábitos cuyo campo de aplicación puede fácilmente ampliarse a la convivencia ciudadana. De hecho, la convivencia familiar es una enseñanza incomparablemente superior a la de cualquier razonamiento abstracto sobre la tolerancia o la paz social.

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