La familia en tiempos de coronavirus

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LAS PERSONAS TODAVÍA EN LA VEJEZ TIENEN FRUTO

En estos días de encierro y de pandemia la familia se está revelando, una vez más, como la comunidad de cariño y protección de las personas que siempre ha sido; como espacio privilegiado de ayuda mutua y servicio a los demás tan necesaria en una sociedad cada vez más individualista.

Sin embargo y como consecuencia de la situación generada por el coronavirus, nuestra sociedad está también desplegando toda su virtualidad solidaria y de entrega a los demás, como lo estamos apreciando en la sacrificada e ingente labor de los sanitarios, las ONG solidarias y tantas instituciones, que están haciendo visible ese amor que, siempre hemos difrutado en el entorno familiar, y que, en estos momentos, se ha desbordado en los cuatro puntos cardinales de la sociedad.

El cariño por los demás hace que el ser humano se realice mediante la entrega sincera de sí mismo. Amar significa dar y recibir lo que no se puede comprar ni vender, sino sólo regalar libre y recíprocamente.

Gracias al amor, realidad esencial para definir el matrimonio y la familia, cada persona, hombre y mujer, es reconocida, aceptada y respetada en su dignidad. De ahí nacen relaciones vividas como entrega gratuita, que respetando y favoreciendo en todos y cada uno la dignidad personal como único título de valor, se concreta en acogida cordial, encuentro y diálogo, disponibilidad desinteresada, servicio generoso y solidaridad profunda.

La existencia de familias que viven con este espíritu pone al descubierto las carencias y contradicciones de una sociedad que tiende a privilegiar relaciones basadas principalmente, cuando no exclusivamente, en criterios de eficiencia y funcionalidad que a partir de esta crisis profunda pueden dejar de ser los preponderantes. La familia que vive construyendo cada día una red de relaciones interpersonales, internas y externas, se convierte en la primera e insustituible escuela de socialidad, ejemplo y estímulo para las relaciones comunitarias más amplias en un clima de respeto, justicia y diálogo.

Ese cariño se expresa también mediante la atención esmerada de los ancianos que viven en la familia: su presencia supone un gran valor. Son un ejemplo de vinculación entre generaciones, un recurso para el bienestar de la familia y de toda la sociedad: No sólo pueden dar testimonio de que hay aspectos de la vida, como los valores humanos y culturales, morales y sociales, que no se miden en términos económicos o funcionales, sino ofrecer también una aportación eficaz en el ámbito laboral y en el de la responsabilidad. Se trata, en fin, no sólo de hacer algo por los ancianos, sino de aceptar también a estas personas como colaboradores responsables, como agentes de proyectos compartidos. Las personas todavía en la vejez tienen fruto.

Los ancianos constituyen una importante escuela de vida, capaz de transmitir valores y tradiciones y de favorecer el crecimiento de los más jóvenes: estos aprenden así a buscar no sólo el propio bien, sino también el de los demás. Si los ancianos se hallan en una situación de sufrimiento y dependencia, no sólo necesitan cuidados médicos y asistencia adecuada, sino, sobre todo, ser tratados con amor.

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