La familia sí importa

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familia-siEn diciembre de 2006, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad. En su preámbulo, la Convención reitera su convicción de que la familia es la unidad colectiva natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a recibir protección de ésta y del Estado. Declara además que las personas con discapacidad y sus familiares deben recibir la protección y la asistencia necesarias para que las familias puedan contribuir a que las personas con discapacidad gocen de sus derechos plenamente y en igualdad de condiciones.

Pero está relación de ayuda entre sociedad y familia es recíproca. Nuestra familia es aquella a la que pertenecemos desde el instante mismo de nuestro nacimiento. Su  origen es natural y en ella tienen su fundamento  la sociedad. Por esta razón, de su funcionamiento, consistencia y fortaleza, dependen también las de la sociedad y  un vistazo a las virtudes o debilidades de ésta, nos permite atisbar las de la familia que la constituyen en ese momento concreto.

Mucho se habló, en tiempos recientemente pasados, acerca de la misión  benéfica de “colchón” ejercido por la familia en beneficio de la sociedad, en cuanto servía para amortiguar el paro o las distintas “dependencias” de alguno de sus miembros.  Sin embargo, a medida de que la sociedad del bienestar se ha ido imponiendo, y como si esto fuera un acicate, a partir de distintos ambientes, desde los distintos puntos cardinales, con y sin conocimiento de causa, se está atacando a la familia.

Se la critica, censura y ridiculiza; se la califica con adjetivos hirientes y, de ser posible, a la que con ironía llaman algunos “familia tradicional” y por tanto anticuada y superada, según su criterio, la proscribirían.  Lo harían  para sustituirla por otros agrupamientos, tal vez, válidos para los fines perseguidos por ellos y con ellos que, en su origen y en su desarrollo, difieren bastante  de la familia tan denostada por ellos. 

La familia, simplemente, – ni “tradicional” ni “de siempre”, como ahora dicen -, es el lugar donde aprendemos a vivir y a ejercitar valores; a valorar a los demás por lo que son y a relacionarnos con ellos; a respetarlos como personas: en su dignidad, su libertad y en sus derechos, con todo lo que esto acarrea, como consecuencia.  Dentro de los límites de la familia es donde se aprende a vivir la comprensión hacia  los demás, a comprender, disculpar y perdonar, aunque, con el paso del tiempo y  por conveniencia, queramos olvidarlo.

 Tal vez sea por todo ello, por lo que la familia esté siendo sometida a tantas interpretaciones en  los últimos tiempos. Por ejemplo ahora, más que de “la familia”, gusta hablar a los que se consideran “progres”, de “las familias”, término, dicen ellos, más amplio y sugerente en el que caben, por supuesto -decimos los demás- otro tipo de “ayuntamientos” que poco o nada tienen que ver con ella. Esto, como es natural, produce desorientación, sobre todo cuando viene de personas catalogadas, por ellas mismas como “competentes y autorizadas  en la materia”.

Por eso para clarificar expresiones ambiguas y evitar equívocos apareció, hace tiempo, “Lexicon”, un texto del Pontificio Consejo para la Familia,  a modo de “vademécum terminológico”, en el que se desenmascaran 78 de esas expresiones ambiguas  utilizadas en detrimento de la familia.  

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