Me invitan a abrir el programa de hoy 9 de diciembre, final del intervalo entre dos fechas importantes: las del 6 y el 10 de diciembre.
En la primera, el pasado domingo, celebramos los españoles la satisfacción de tener la Constitución que nos dimos hace treinta y un años, y en la segunda, mañana jueves, se conmemorará el LXI aniversario de la promulgación de la “Declaración Universal de los Derechos Humanos”.
Ambos documentos revisten especial importancia. A lo largo de su articulado, – del artº 10 al 38 de nuestra Constitución y en 29 de los 30 artº de la Declaración Universal de los Derechos Humanos -, manifiestan de forma clara, sin lugar para ningún tipo de duda, cuáles son los derechos que tienen, que tenemos, todas las personas, derivados de nuestra dignidad y condición de personas, por el simple hecho de serlo.
Y como estos días están especialmente indicados para dedicar unos minutos a echarles un vistazo, al hacerlo, sorprende comprobar cómo el polvo, que el tiempo deja en su transcurrir, está borrando o desdibujando el contenido de algunos artículos.
En el acontecer diario se manifiesta: en el desconocimiento, olvido o transgresión de muchos, con consecuencias especialmente dolorosas, para quienes las padecen. En la ausencia de capacidad, o de voluntad, para evitarlo por parte de quienes pueden hacerlo.
En un afán de simplificar, de homogeneizar, que se lleva por delante la libertad y variedad de la condición humana, olvidando que la sociedad, como el mejor cuadro del primero de nuestros pintores, no puede tener un único color: su variedad y los contrastes entre ellos le dan viveza; sus matices, la riqueza que precisa y los claroscuros inevitables, el relieve imprescindible para que brote el agua que da vida.
No es cosa de promulgar más leyes, sino de cumplir las que ya están… pero como a las antiguas armas, ¡tratando de sacarlas el mayor brillo posible!.