Por ciertas características, tanto biológicas como morfológicas y comportamentales, es completamente adecuado el encuadre de las especies Homo hábilis, Homo erectus y Homo sapiens dentro de un mismo género: el género Homo. Este género se caracteriza sobre todo por dos tipos de comportamiento:
· La posibilidad de fabricar instrumentos secundarios, característica exclusiva del género Homo entre todos los seres vivos. Es decir: el ser “ Homo faber “ es una característica estrictamente genérica.
· El hecho de compartir los alimentos, consecuencia de una determinada estructura social, que no es una característica exclusiva, pero que podemos llamar genérica en sentido amplio, porque no se da en los géneros más próximos, es decir: es una característica adquirida por el género Homo. Por tanto es también una característica genérica, lo que podemos llamar, el ser “Homo communicans”.
En cambio el Homo sapiens, que es también faber y communicans por su misma estructura biológica —su cuerpo está hecho, por la misma evolución, para trabajar y para compartir—, añade a estas dos características, que son genéricas, una estrictamente específica que no puede ser educida del orden de la naturaleza material, y que le convierte en imagen de Dios Trinidad en sentido propio: esta característica es, precisamente, la de ser sapiens, la de poseer una espiritualidad que le hace ser persona, como lo son las tres personas divinas, una propiedad no de la especie —en sentido biológico—, sino de cada individuo que le hace ser, precisamente, individuo en el pleno sentido de la palabra: portador de una individualidad que no procede de la especie, sino de un concreto acto creador de Dios.
Lo más característico del Homo sapiens no es lo genérico sino lo específico. Podemos decir que biológicamente el Homo sapiens pertenece al género Homo, al Orden de los mamíferos, al Reino animal; pero su exclusiva característica —su personalidad— le separa esencialmente, en el plano existencial, de cualquier otro ser vivo. Tanto es así que podríamos decir sin ninguna exageración, sino más bien quedándonos cortos, que, en el plano existencial, el Homo sapiens constituye un nuevo Reino que podría llamarse “hominal”.
El trabajo es una característica genérica del hombre —Homo faber—, pero su característica específica es la de realizar ese trabajo con sabiduría —Homo sapiens—, es un trabajo no sólo material, sino que tiene además una dimensión contemplativa: el hombre gracias a su capacidad contemplativa diseña, razona sus instrumentos, los concibe antes de realizarlos, y al emplearlos artificializa la Naturaleza, la hace arte. No la transforma sin más —como el Homo sólo faber—, sino que la comunica algo de su personalidad, de su individualidad.
El hombre se da, hace a otros partícipes de sí, por medio de su trabajo contemplativo. La vertiente de utilidad, utilitarista, del trabajo es sólo secundaria, está absorbida por la finalidad de realización personal: la persona se perfecciona perfeccionando a las otras en un don mutuo.
El Homo sapiens que sólo busca una finalidad utilitarista se comporta sólo genéricamente, como un Homo faber carente de personalidad. Y hoy, con el poder cultural que ha heredado del Homo sapiens, tiende necesariamente a la destrucción de la Naturaleza. El Homo sapiens que se olvida de su ser persona es el ser más deplorable y miserable, un ser fallido que no ha desarrollado lo esencial de su ser, su personalidad. Traiciona su especificidad, traiciona a su naturaleza y a toda la Naturaleza. Es un ser más precario que el Homo estrictamente faber, porque no desaparece naturalmente, sino que va hacia su autodestrucción. Y puede arrastrar detrás de sí a toda la Naturaleza. Las fuerzas de la Naturaleza durante miles de millones de años han cumplido el cometido que les correspondía de extender la vida por toda la tierra: no es una casualidad que el hombre haya aparecido cuando la diversidad biológica había alcanzado su máximo absoluto.
El hombre transciende estas fuerzas y puede llevarlas a su plenitud, pero paradójicamente es también el único ser vivo que se puede oponer a ellas. El hombre tiene la posibilidad de hacer algo más que llevar a la Naturaleza a su plenitud, tiene la posibilidad de santificarla cuando la transforma, introduciéndola en el orden de la Redención, que finaliza a Cristo toda la creación. El hombre natural contempla la Naturaleza, y así la perfecciona, la humaniza. El hombre elevado, al contemplarla, la santifica.
Hoy el hombre que transforma la Naturaleza por medio de una verdadera contemplación racional, se santifica y la santifica. De lo contrario se deja cosificar por ella: su trabajo, en vez de santificarle y santificar, le cosifica y cosifica: la Naturaleza se vuelve contra él. Ni el Homo sapiens ni la Naturaleza han estado hasta hoy en peligro de extinción, pero hoy, un Homo faber, con una herencia legada por el Homo sapiens, ha hecho aparecer por primera vez ese peligro.