La propuesta de la Iglesia católica para combatir el sida suele ser fuente de malentendidos. Una oportunidad para conocerla mejor es la que ofrece el debate ocasionado con motivo de una declaración sobre el sida aprobada en la ONU en una reunión de alto nivel sobre VIH/Sida
“La clave para evitar la infección es la formación y la educación en una conducta humana responsable”
Fuente Aceprensa
Del 8 al 10 de junio tuvo lugar en la sede de Naciones Unidas, Nueva York, una reunión mundial sobre el sida. El último día, aprobó una declaración política que orientará durante los próximos cinco años las respuestas de los Estados miembros a esta epidemia.
Cada Estado tendrá que ver ahora cómo ajusta esas orientaciones a sus necesidades particulares. De ahí que, en un documento aparte, se recojan sintetizadas las matizaciones y reservas expresadas por los representantes de algunos Estados. Entre ellas figuran las de la Delegación de la Santa Sede en esa reunión, expuestas por la jurista estadounidense Jane Adolphe, profesora asociada de la Ave Maria School of Law.
A juzgar por este segundo documento de la ONU, da la impresión de que la representante de la Santa Sede en esa reunión estuvo allí solamente para mostrar su reserva frente a términos como los de “salud sexual y reproductiva”, “género”, “población de alto riesgo” o la caracterización de las prostitutas como “trabajadoras sexuales”. Pero la postura de la Santa Sede ofrece una respuesta integral que abarca cuestiones de un amplio espectro.
El sida requiere de una respuesta integral, que atienda tanto a los aspectos técnicos como humanos de la enfermedad
En este sentido, es esclarecedor leer directamente el discurso de Adolphe. Publicado ya por la agencia Zenit, la jurista recuerda algo que a menudo olvidan los críticos con la postura de la Iglesia: “Al reunirnos hoy en este encuentro de alto nivel de dignatarios de todo el mundo, lo hacemos reconociendo que estamos al lado, como una familia, con quienes viven con el VIH y el sida, y recordamos en nuestros pensamientos y oraciones a todos aquellos a quienes esta enfermedad se ha llevado de este mundo”.
Y añade: “Las políticas, los programas y las declaraciones políticas no tienen sentido si no reconocemos la dimensión humana de esta enfermedad en los hombres, mujeres y niños que viven con el VIH y el sida”.
Cambio de conductas
Estas son las dos coordenadas sobre las que Adolphe construye su discurso. Primera: que la epidemia del sida es un drama que la Iglesia trata de erradicar y paliar, sabiéndose parte de una misma familia humana. Y segunda: que el sida requiere de una respuesta integral, que atienda tanto a los aspectos técnicos como humanos de la enfermedad.
De ahí que para frenar el sida los medios técnicos serán siempre insuficientes si no van acompañados de un cambio de conductas. “Combatir la expansión del HIV –afirmó Jane Adolphe– no requiere medicamentos y productos caros, que buscan disminuir las consecuencias de una conducta peligrosa e irresponsable, sino que requiere más bien una respuesta basada en valores que reconozca la necesidad de promover la dignidad inherente de la persona humana, y por tanto, una conducta sexual responsable y el reconocimiento de la responsabilidad de cada uno y de la propia comunidad”,
Prueba de que la Iglesia no se limita a teorizar sobre el sida es que “a través de sus aproximadamente 117.000 centros de salud de todo el mundo, la Iglesia católica proporciona por sí sola alrededor del 25% de todas las atenciones a quienes viven con el VIH y el sida, especialmente a niños”. Y lo hace viendo “a las personas no como estadísticas, sino más bien en su dignidad y valor como hermanos, hermanas y vecinos de la misma familia humana”.
Después de trazar estas coordenadas básicas, Adolphe recuerda: “Mi delegación sigue comprometida con el objetivo de detener y mitigar la extensión del VIH promoviendo el único medio universalmente efectivo, seguro y asequible para detener la propagación de este mal: abstinencia antes del matrimonio y fidelidad mutua durante el matrimonio, evitando correr riesgos y conductas irresponsables, y promoviendo el acceso universal a los medicamentos que previenen el contagio del VIH de madre a hijo”.
Respuesta integral
Esta propuesta central –cambios en las conductas humanas– va acompañada de otras que a menudo pasan desapercibidas a la opinión pública. Propuestas que forman parte de una respuesta integral y que, si no se tienen en cuenta, ofrecen una caricatura de aquella. Es significativo que Adolphe dedique a ellas la mitad de su discurso.
Sobre el acceso a medicamentos antirretrovirales, denuncia que sigan “estando fuera del alcance de muchos de los más pobres y vulnerables. En países de ingresos bajos o medios, aproximadamente 15 millones de personas viven con el VIH, pero sólo 5,2 millones tienen acceso al tratamiento para salvar su vida”.
Junto a los medicamentos, la representante de la Santa Sede recuerda el deber de cuidar de los cerca de 16 millones niños en el mundo que han quedado huérfanos por el sida. Asimismo, pide medidas de “apoyo económico, social, médico y espiritual” para las familias afectadas por el sida y “políticas que eliminen las discriminaciones contra quienes viven con el VIH y el sida y los miembros de su familia”.
Unido a lo anterior está la reivindicación de favorecer también “un desarrollo social y personal más amplio”, lo que incluye “acceso a agua potable limpia, instalaciones sanitarias, nutrición suficiente, vivienda adecuada y cuidado sanitario básico”.
Hacia el final de su intervención, Adolphe vuelve a retomar el núcleo central de la propuesta de la Iglesia: “La formación y la educación en una conducta humana responsable o, en otras palabras, una dignidad humana adquirida. Esta es la clave para evitar la infección”.
Como se ve, la propuesta de la Iglesia católica para combatir el sida es más elaborada de como la presentan algunos medios (en ocasiones, también católicos). El mensaje no es nuevo, pero la reunión de la ONU ofrece la posibilidad de volver a reflexionar sobre él. Puestos a simplificar las cosas, quien quiera hablar solamente del “no” de la Iglesia a los preservativos, tendrá que hablar también del “sí” de la Iglesia al agua potable.