La importancia de la mujer ya desde el cristianismo primitivo

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A lo largo del Nuevo Testamento se muestra la presencia de la mujer: acompañando a Jesús (Lc 8, 1‑ 3); se le da la palabra en sus conversaciones (Mc 5,25‑ 34; Lc 11, 27); incluso Jesús habla con mujeres a solas (Io 4, 1‑ 30); también ellas son testigos privilegiados de la pasión, muerte y resurrección (Mc 15,40; Mt 27,55; Lc 23,49). Asimismo, están presentes en la predicación en la primitiva Iglesia (Rom 16,7; 1 Cor 9,5). Finalmente, está unida al hombre en la vida de la primitiva comunidad cristiana que cumplía los preceptos de Dios y conservaba la caridad. “Y se hallaban todos perseverantes y unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y con María la Madre de Jesús y sus hermanos” (Act. 1,14).

Así pues la igualdad radical entre hombre y mujer ante Dios y ante la Iglesia estará llamada a influir una y otra vez en la historia de la humanidad hasta nuestros días. Es más, no hay nada despectivo respecto a las mujeres en la predicación evangélica. De hecho, el tratamiento de fraternidad de Jesús es habitual frente al planteamiento patriarcal de la sociedad de la época donde el padre de familia se enseñoreaba sobre la mujer, los hijos, los esclavos y los siervos. (Mc 3, 31‑ 35; Mt 12,46; Lc 8, 19‑ 21). Es interesante el caso de María Magdalena; pues no se la señala como otras: María la de Cleofás, María la de Santiago; sino por su ciudad de origen: Magdala. Es claro que no tenía marido, ni familia; estaba en la familia de los discípulos de Jesús.

Respecto a la mujer en la Iglesia según la doctrina paulina resalta el Prof. Aguirre: “Pablo habla del orden en las asambleas y considera como criterio básico «en la edificación de la comunidad», es decir, la extensión y consolidación de la Iglesia. Reconoce, desde el punto de vista cristiano, la igualdad radical de los sexos y admite las funciones dirigentes de las mujeres en las asambleas, pero les exige prudencia y que no hagan ostentación de su libertad con un comportamiento externo que planteaba graves problemas a la comunidad en su vida interna y en su relación con la sociedad” (Aguirre, 2009: 232).

De hecho, cuando se estudia de la figura de la mujer en Atenas, Esparta, Palestina y Roma, se descubre el avance que refleja el Evangelio. Tanto la condena del infanticidio, del aborto, así como la posición de la mujer en la Iglesia, rompieron los moldes de la antigüedad: “Las mujeres cristianas, al ejercer funciones importantes dentro de la Iglesia, disfrutaron de un mayor poder y estatus que las paganas” (Stark, 2009: 105). Con simpatía señala Crisóstomo sobre el cuidado de los obispos sobre las mujeres: “Está obligado a visitarlas cuando enferman, a consolarlas cuando están afligidas, a reprender a las negligentes y a socorrer a las abatidas” (S. Juan Crisóstomo, 2002: 6. 8).

La mujer cristiana fue clave en el desarrollo y expansión del cristianismo a través de su vivencia de la fe y a través de los vínculos matrimoniales. Muchas de ellas se casaron con hombres paganos y los ganaron para la Iglesia, así como educaron a sus hijos en la verdad cristiana

 

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