Toda ética es una propuesta sobre virtudes. Y todas las virtudes se pueden reducir a cuatro, que proceden directamente de Platón y los estoicos. Ellas realizan perfectamente los cuatro modos generales del obrar humano:
• La determinación práctica del bien: prudencia
• Su realización en sociedad: justicia (en VII-1)
• La firmeza para defenderlo o conquistarlo: fortaleza
• Y la moderación para no confundirlo con el placer: templanza
Se trata de las cuatro formas generales que debe adoptar toda conducta ética. Lo sabemos, entre otras razones, porque en esas cuatro líneas maestras se ha ido decantando el obrar humano desde sus orígenes. De las cuatro virtudes fundamentales, la prudencia es tal vez la más difícil e importante. Es propio de la libertad tender puentes hacia el futuro. Puentes desde lo que soy hacia lo que quiero ser. Pero lo que quiero ser, todavía no es. ¿Cómo puedo, entonces, dirigirme hacia lo que todavía no es? El verbo prever es la respuesta. Prever significa ver lejos (procul videre), anticipar el porvenir (pro videntia). De esas raíces latinas surge la palabra prudencia: el arte de dar los pasos oportunos para conseguir lo que todavía no tengo.
Un poema de Anacreonte dice que los dioses repartieron diversas cualidades entre los animales: fuerza, veneno, astucia, dientes, alas, velocidad. Al hombre le cayó en suerte algo muy diferente: la prudencia. La caprichosa evolución del lenguaje ha hecho que la prudencia pueda ser identificada con dos de sus corrupciones: el apocamiento y la astucia ruin. Pero, en su origen, prudencia designaba la cualidad máxima de la inteligencia, el arte de elegir bien en cada caso concreto, una vista excelente para ver bien en las situaciones más diversas, una difícil puntería capaz de apuntar en movimiento y acertar sobre el blanco también móvil de la vida misma.
Aristóteles explica esa dificultad por la estrecha relación entre prudencia y circunstancias. «Lo que conviene a la boda de un siervo no es lo mismo que lo que conviene a la boda de un hijo», pone como ejemplo. Luego añade que lo bueno en sentido absoluto no siempre coincide con lo bueno para una persona. Así, al cuerpo sano no le conviene que le amputen una pierna; en cambio, amputar puede salvar la vida a un herido. Estamos ante una cualidad teórica y práctica a la vez. Conocimiento directivo que requiere estudio, mucha experiencia, petición de consejo y reflexión ponderada. Pedir consejo es propio de todo el que aspira a conducirse con prudencia. Confucio lo recomienda vivamente: «¿Cómo puede haber hombres que obren sin saber lo que hacen? Yo no querría comportarme de ese modo. Es preciso escuchar las opiniones de muchas personas, elegir lo que ellas tienen de bueno y seguirlas; ver mucho y reflexionar con madurez sobre lo que se ha visto».
El hombre prudente es reflexivo, pues, aunque el no y el sí son breves de decir, a veces se deben pensar mucho. Ya lo había dicho el emperador Marco Aurelio: prudencia quiere decir «atención a cada cosa y ningún tipo de descuido». Si la prudencia es necesaria para cualquier hombre, lo es especialmente en la tarea de gobierno, por ser empresa de la que dependen muchas vidas.