La incógnita rusa

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En abril de 2015, Vladimir Putin proclamó que lo peor de la crisis económica había pasado. Sin embargo, la bajada de los precios del petróleo y las sanciones económicas aplicadas por la UE habían hecho mella en el gigante ruso, con verdaderos problemas estructurales. Sin embargo, este discurso se topa con las últimas cifras del PIB, que señalan una contracción del 2,4 por ciento en el primer cuatrimestre de 2015. ¿Hasta qué punto es esta la radiografía de una verdadera superpotencia?

La reordenación del mundo a partir de un planteamiento multipolar ha propiciado la llegada de nuevos actores que contrarrestan la hegemonía occidental de la última década, pero que no son necesariamente potencias de primer nivel. Las contradicciones económicas y políticas que padecen los llamados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) plantean dudas sobre el reparto de la influencia global.

De todos ellos, el caso ruso es el más llamativo, si bien arrastra una serie de déficits bien conocidos. La tumultuosa transición de una economía planificada a otra de libre mercado ha creado un sistema asimétrico de grandes concentraciones de riqueza que, hasta la llegada de Putin al poder, habían funcionado de manera autónoma, condicionando además al poder político.

Desde 1999 se ha producido un curioso proceso de subordinación que ha puesto a los oligarcas bajo el cetro de Moscú, limitando drásticamente las principales herramientas de la lógica capitalista. A esta contradicción debe sumarse el excesivo peso del sector energético en las finanzas rusas. La dependencia malsana del gas y del petróleo ha sido el factor que más ha evidenciado las debilidades del país. A pesar de las reiteradas promesas de diversificación, la agenda económica sigue ligada a las materias primas. Si repasamos las noticias de 2015 sobre los movimientos de Rusia en el exterior, encontramos la firma del acuerdo entre la argentina YPF y Gazprom para la explotación del yacimiento de Vaca Muerta o la colaboración con la peruana CENAEP para desarrollar el sector energético en ese país. Parece que nada se ha aprendido de la fuerte caída que el rublo experimentó a finales de 2014, precisamente por el descenso del precio de los hidrocarburos.

Con estos mimbres, se hace complicado realizar una política exterior adecuada, porque la interior ya la conocemos: elecciones fraudulentas, falta creciente de libertad y una fuerte desigualdad social. Los éxitos de Putin —acuerdos Minsk II o la creación de la Unión Euroasiática— resultan pírricos. Para recuperar el prestigio perdido tras la desaparición de la URSS y el caótico «reinado» de Boris Yeltsin, Rusia ha tenido que enemistarse con sus principales clientes, de cuyos ingresos sigue dependiendo en gran medida. Ahora, frente a un nuevo Telón de Acero económico, Putin busca sin descanso nuevos mercados que le permitan profundizar en su desconexión con Occidente. Pero no todo son debilidades, y desde luego conviene tener presente que la capacidad militar rusa sigue siendo muy superior a la de los países de su entorno, causando numerosos quebraderos de cabeza a una OTAN venida a menos.

Basta con asomarse al mercado de armas para comprobar que Rusia se posiciona aún como el segundo proveedor mundial, solo por detrás de Estados Unidos. Moscú ha entrado con fuerza en el mercado de Oriente Próximo (donde está el petróleo), equipando a varios ejércitos en la región. No solo suministra a viejos amigos como Siria, donde además tiene una base militar, sino que ha logrado una destacada posición en el Irak chií, abanderando en cierto modo la lucha contra el Estado Islámico. También decidió recientemente vender sistemas de defensa antiaérea a Irán, con gran disgusto de Israel, e incluso hacer negocios con el pro-occidental Al-Sisi en Egipto, quien además visitó Rusia el año pasado. La lista de clientes no termina aquí: el armamento ruso forma parte del arsenal de naciones como Brasil, China o India.

Así pues, nos encontramos frente a una «potencia» desigual, redimida en parte, pero cuya maltrecha economía le impide crecer y consolidarse como cabría esperar.

Jaime Aznar 

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