La influencia del grupo en la personalidad de nuestros hijos

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Todo padre con sentido común debe estar muy atento a cuáles son las influencias que recibe su hijo al formar parte de determinado grupo, y actuar en consecuencia. Hay grupos que pueden hacer muchísimo bien a nuestros hijos, y viceversa. Por eso, uno de los grandes objetivos de cara a la adolescencia de nuestros hijos es precisamente el de conseguir que se integren en un grupo de gente sana, en el que aprenda a convivir y a divertirse sin caer en conductas de riesgo para su integridad física y moral. Esto, que es de vital importancia, no se improvisa, como muy bien sabemos, sino que es el fruto de un proceso educativo que hemos empezado con ellos desde que llegaron al mundo.

Todos los padres responsables y comprometidos de veras en la educación de sus hijos tienen en mente esta preocupación, y ello se ve claramente en las tutorías que tenemos los profesores con ellos en los colegios. Siempre que se tiene una entrevista con unos padres como ellos, la pregunta sale, más o menos, en estos términos: “Mi hijo parece que congenia mucho con……… ¿Qué te parecen a ti esos chicos?”. El profesor siempre suele ser en estos casos un punto de referencia y una opinión a tener en cuenta.

No obstante, unos padres implicados en su tarea de tales, tienen que estar plenamente informados de cuáles son los amigos de sus hijos y conocer a sus padres. Y eso con la mayor de las naturalidades, sin ánimo de fiscalizar ni meterse a inquisidor.
Los padres debemos conocer a los amigos de nuestros hijos, en primer lugar porque son ellos mismos los que hablan de ellos en casa con total naturalidad y libertad, pero también porque nosotros, con un poco de picardía, ya desde que son pequeños hemos hecho lo posible para que esos amiguitos vengan a casa algún día a jugar, a merendar, a comer o a dormir. Hacer esto puede suponer, a veces, un poco de sacrificio por nuestra parte, pero les aseguro que, a la larga, compensa. Creo que hemos de conseguir que los amigos de nuestros hijos lleguen a ser casi como de nuestra familia.

El peligro que implican los grupos es muy evidente, y casi no es necesario explicarlo: en ellos se tiende a la conducta masificada y estereotipada. De ese modo, se uniformiza la manera de pensar y de obrar, y, si esta es negativa, el daño que se puede hacer a nuestros hijos puede ser muy grande. El grupo, cuando asume una conducta masificada, tiende a anular la personalidad de sus integrantes para hacer una común.

La presión que se ejerce desde el grupo puede llegar a ser enorme. Cuanto más insegura es una persona, más vulnerable es a esta presión social que sobre él ejerce el grupo. De hecho, muchas personas con escasa personalidad suelen hallar dentro del grupo un refuerzo a su autoestima, al verse aceptados a fuerza de hacer lo mismo que hacen los demás.
Esto es muy visible en el caso de las tribus urbanas. Muchas de ellas, al menos las más violentas y destructivas, se nutren en sus filas de chicos y chicas que tratan de encubrir un largo historial plagado de frustraciones, desestructuración familiar, fracasos personales y educativos, etc. tras el atuendo externo que llevan y que les hace sentirse importantes. Al menos, siendo distintos, llaman la atención y los demás se fijan en ellos. Pero, cuando se habla a solas con alguno de ellos, uno se da cuenta de lo vacíos que están.

Me viene a la memoria en estos momentos la experiencia que me contaba una profesora amiga mía que estuvo muchos años destinada en uno de los pueblos del País Vasco más famosos por el terrorismo etarra. Me decía que había visto pasar por su instituto a muchos de los que luego se hicieron tristemente famosos quemando autobuses y poniendo bombas, y, en casi todos los casos, se trataba de chicos sin personalidad y sin formación humana y cultural, que procedían de familias problemáticas y que eran también víctimas del fracaso escolar, ya que había abandonado muy pronto el instituto… Es muy fácil manipular a este tipo de personas.

Están tan vacíos y tienen una formación tan pobre que, en cuanto les dicen dos ideas, se las creen, por disparatadas que sean. Y eso es porque el hombre necesita tener unos puntos de referencia a los cuales anclar su vida, y, si alguien se los da, se adhiere a ellos de manera acrítica muchas veces. El ser humano, que está sediento de verdad, muchas veces se ve engañado por estas mentiras y llega a consagrar su vida a ellas. Cuando un hombre no conoce la verdad auténtica, acaba por vivir conforme a “su verdad”.

Cuando se actúa en grupo, se diluye la toma de decisiones de cada persona, que actúa siguiendo los dictados de los demás. Esa presión es muy evidente en los adolescentes, que suelen ser muy gregarios. Dentro de un grupo, no todas las personas tienen por qué pensar igual y obrar de un mismo modo; sin embargo, al estar en grupo, muchas veces se corre el peligro de verse en situaciones que le fuerzan a uno a renunciar a los principios propios, y algunos ceden, movidos por falta de valentía para enfrentarse a la presión que supone afirmar la propia personalidad. A menudo, piensan que es mejor ceder antes que verse señalados o excluidos del grupo.

Otro de los aspectos a tener muy en cuenta dentro de la dinámica de los grupos es la del liderazgo: en todos ellos suele haber uno o varios líderes, que arrastran a los demás. Suelen ser personas de carácter más fuerte, dinámico, emprendedor e impulsivo, que gozan de mayor prestigio ante los demás. Con frecuencia, el líder de un grupo es el de mayor edad: a esas edades, una diferencia de un año puede ser muy significativa. Otras veces, los líderes, entre los chicos son los mejores deportistas; en el caso de las chicas no es infrecuente que se trate de las más maduras, las más precoces o las más atractivas.
También es habitual que en los grupos escolares se erijan en líderes los alumnos repetidores, que son mayores que el resto de la clase. Por desgracia, son esos alumnos los que acaban haciéndose los jefes de la clase y los que marcan el clima y el tono del grupo.

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