El “big bang” como origen del universo es una de esas teorías que ya forman parte de la cultura de la época. Pero es mucho menos conocido que fue formulada por Georges Lemaître (1894-1966), físico y sacerdote católico belga, que participó en las investigaciones que interesaban a los grandes físicos de su tiempo. Aunque el modelo cosmológico actual haya cambiado mucho desde entonces, su ejemplo de honradez intelectual sigue vigente.
Fuente: Eduardo Riaza – Aceprensa
Las grandes revoluciones científicas han sido posibles gracias a hombres audaces y desprovistos de prejuicios. Todos recordamos cómo se pasó del geocentrismo –teoría defendida por los antiguos griegos y reunida por Ptolomeo en el siglo II d. C., que situaba a la Tierra en el centro del cosmos–, al heliocentrismo. Copérnico, al proponer al Sol como centro de los demás astros consiguió explicar más sencillamente el movimiento de los planetas, sin necesidad de recurrir a las complicadas trayectorias de los epiciclos. Esta idea fue fuente de inspiración para hombres de la talla de Kepler, Galileo o Newton; pero tardó en ser aceptada por falta de pruebas experimentales, y también por la obstinación de los que hacían una interpretación errónea de las Sagradas Escrituras. Cualquier cambio de paradigma se ha abierto camino no sin dificultades.
Un universo en expansión
El siglo XX ha sido testigo de múltiples descubrimientos que han cambiado la concepción que teníamos del mundo. Ejemplo de ello es la teoría del big bang, propuesta inicialmente por el físico-matemático ruso Alexander Friedmann y el astrofísico y sacerdote católico belga Georges Lemaître. El primero, al resolver las ecuaciones de la relatividad de Einstein, obtuvo soluciones matemáticas que daban al universo un carácter dinámico. El segundo llegó al mismo resultado, pero dotó a la matemática de propiedad física: el corrimiento hacia el rojo descubierto por Hubble con el telescopio del Observatorio de Mount Wilson en 1925 fue interpretado por Lemaître como una manifestación de la expansión del Universo.
Esta idea no gustó a la comunidad científica, ya que todas las teorías sobre el movimiento celeste defendían la concepción de un universo globalmente estático, estable y, por lo tanto, inmutable y eterno. Por su parte, Einstein se irritó al conocer los trabajos de Friedmann y de Lemaître, pues esperaba que la solución que él proponía a las ecuaciones de la relatividad constituyera la única descripción posible del universo. Gracias al tesón de Lemaître y al apoyo de su profesor de Cambridge –Arthur Eddington–, el físico alemán acabó cambiando de opinión.
Pero la velocidad calculada en esa época para el alejamiento de las galaxias resultó más alta de la real, lo que hizo pensar que en un pasado muy reciente el tamaño del universo debió de ser mucho menor. Si el ritmo de expansión hubiera sido siempre el mismo, la edad que tendríamos que asignar al universo sería inferior a la obtenida para la Tierra. Como esto no tenía sentido, Lemaître prefirió considerar un mundo en expansión exponencial con un pasado infinito, donde su tamaño era casi constante en un primer momento, para luego crecer rápidamente.
El origen del cosmos
Lemaître no tuvo inconveniente en plantear un universo eterno. Eso no contradecía su creencia en un Dios hacedor del mundo, ya que un universo creado no necesita un comienzo en el tiempo. Conocemos el origen temporal del cosmos por medio de la Revelación sobrenatural, pero en teoría nada impediría que Dios hubiera creado el universo desde toda la eternidad. Cuando se afirma que Dios es eterno, se dice algo diferente de una simple duración indefinida. La eternidad divina es la posesión del Ser, sin cambios, sin antes ni después, de modo totalmente autosuficiente. Y esto nunca puede darse en un ser limitado, como es el universo.
De todos modos este modelo cosmológico propuesto por el astrofísico belga en 1927 no sería el definitivo. En enero de 1931 Eddington pronunció una conferencia en Londres sobre el fin del mundo desde el punto de vista de la física matemática. Apoyándose en el concepto termodinámico de entropía (grado de desorden de la materia), concluía que el universo en el futuro llegaría a un estado de completa dispersión, una desorganización total de la materia. Yendo hacia el pasado, por el contrario, el orden tendería a ser completo, lo que invitaba a pensar en un comienzo para el mundo, algo que Eddington rechazaba tajantemente.
Albert Einstein y Georges Lemaître
Esta negativa del profesor de Cambridge despertó en Lemaître un vivo interés por la cuestión del origen del cosmos. Desde hacía años se había planteado la posibilidad de comprender la infinitud. Como percibía la dificultad que la mente humana tiene para concebir por completo un espacio y un tiempo infinitos, y tenía una profunda confianza en la racionalidad del mundo y en la capacidad de la inteligencia humana para alcanzar la verdad, se preguntó si era compatible con la física el hecho de que el Universo hubiera tenido un comienzo. Al no encontrar contradicción, se lanzó a reformular su modelo cosmológico, conocido como la hipótesis del átomo primitivo.