En medio de tantos conflictos y opresiones, la diplomacia europea está desbordada. Además, en el caso de China, los líderes políticos siguen actuando por motivaciones económicas y financieras –inversiones, comercio‑, poniendo entre paréntesis la defensa de los derechos humanos, una de las señas de identidad de la Unión Europea. Por desgracia, tampoco España es una excepción en este campo.
Al gran combate social que libran muchos ciudadanos chinos –desde los trabajadores mal pagados a los hombres del derecho y la comunicación‑, se une ahora la batalla por la libertad en Hong Kong. A los manifestantes les asiste la razón: el gobierno de Pekín está preparando un fraude a los compromisos que adquirió cuando el Reino Unido devolvió la isla a la soberanía china. Además, la represión de las concentraciones populares hace temer por una nueva edición de la tragedia de Tiananmen.
Los líderes estudiantiles estaban dispuestos a dialogar con las autoridades del territorio autónomo, pero dieron marcha atrás a la vista del comportamiento violento de bandas pro-chinas, que parecen gozar de la connivencia oficial. Los estudiantes consideran que el gobierno ha faltado una vez más a su palabra, dejando que hordas de matones atacasen y destruyeran campamentos instalados por los rebeldes en lugares emblemáticos de la isla.
La violencia contra los estudiantes aumenta su prestigio en una sociedad más bien conformista. Lógicamente, suscita también recelos ante ese el predominio de gente que no quiere problemas. Incluso, como relata la corresponsal de Le Monde, padres partidarios de las reivindicaciones se muestran preocupados por el retraso en los estudios de sus hijos que provoca la actual inestabilidad. Ahí incide también la presión de las autoridades académicas.
En síntesis, el movimiento exige sustancialmente que Hong Kong se rija por principios democráticos “conforme a estándares internacionales”. La postura de la Federación de Estudiantes –que otras organizaciones consideran demasiado radical‑ es mantener las ocupaciones hasta que se consiga el establecimiento de un verdadero sufragio universal, frente a los esquemas de selección previa de candidatos con los que Pekín quiere controlar la elección de los gobernantes de la antigua colonia. Entretanto seguirían defendiéndose sólo con los paraguas –que dan nombre a la revolución‑ frente a los gases lanzados por la policía.
Desde la firma de la retrocesión en 1997, se esperaba la elección directa del jefe del gobierno en el año 2017, prevista en la Ley Fundamental de Hong Kong. La evolución no acaba de ir en esa línea, por el estableciendo de un comité no representativo para la designación de candidatos. Además, las presiones del ejecutivo han limitado la libertad de prensa, mientras se lanzaban campañas de calumnias contra los partidarios de la plena democracia.
El movimiento estudiantil invoca prudentemente el cumplimiento de las normas constitucionales, y se enfrenta con el gobierno de la isla, no con Pekín. De hecho, no quieren que sus decisiones se interpreten como un desafío al poder central, aunque –dentro de la oleada nacionalista mundial‑ muchos sienten que el antiguo colonialismo británico ha sido sustituido por el de China.
El pulso es fuerte, pues las autoridades no parecen dispuestas a hacer concesiones: confiaban en que la rebeldía perdiera fuerza poco a poco. Pero están seriamente preocupadas ante la importante movilización, más numerosa que en ocasiones precedentes, y con una continuidad también mayor. Tal vez los propios excesos policiales han contribuido a consolidar el fenómeno, en vez de reducirlo. A la vez, el movimiento participa del rechazo a los partidos políticos y de la utopía de la democracia directa, como en los tiempos de Berkeley o del Mayo francés. En cualquier caso, frente a la posición inhibicionista proclamada en algunos medios, la Unión Europea no puede dejar de comprometerse con la causa de la libertad y la democracia.
Salvador Bernal