La manipulación del lenguaje en la política es una constante a lo largo de la historia. Consiste en un proceso minuciosamente preparado y puesto en práctica, a través de los medios de comunicación afines, para dificultar el razonamiento crítico.
Con este instrumento los políticos tratan de subvertir el significado real de las palabras y así modificar la realidad a su antojo. Su finalidad no es otra que ganar la complacencia de los ciudadanos, que perciben como positivo lo que a ellos les conviene, aunque realmente no lo sea. A través de eufemismos consiguen que lo malo parezca bueno y lo desagradable atractivo, logrando que la población no se enoje, y si no se enoja no se moviliza.
En esta tarea son claves ciertos intelectuales, que construyen el relato que fundamenta, adapta y refuerza los discursos oficiales para hacerlos más creíbles, condenando los pensamientos alternativos. De esta manera, conceptos que hasta ahora habían sido de uso habitual se tergiversan con nuevas definiciones, que intentan suavizar los problemas hasta que estos desaparezcan.
Refiero algunos ejemplos en España. Para evitar decir que una “amnistía fiscal” no es una “amnistía fiscal”, hablan de “medidas excepcionales para incentivar la tributación de rentas no declaradas”. Una subida del IRPF pasa a ser un “recargo temporal de solidaridad”. La acción de bajar el sueldo a los trabajadores es una “devaluación competitiva de los salarios”, La subida del IVA es un “gravamen adicional”. Los recortes son “reformas estructurales”. El principal problema de nuestra economía, el paro, se ha convertido en una “tasa natural de desempleo”; Para evitar decir “rescate bancario”, se transforma en la “línea de crédito” o en un “préstamo en condiciones muy favorables”. Y la caída de la economía se ha convertido en un “crecimiento negativo”. Como ven es impresionante esta torticera tergiversación de expresiones y palabras que se utilizan en política.
Esta manipulación del lenguaje también es el objetivo de las nuevas ideologías, cuyo propósito no es otro que modificar nuestra forma de pensar para normalizar la ingeniería social que pretenden imponernos. Para ello, evitan palabras que puedan tener connotaciones negativas a sus propósitos, como llamar “muerte digna” al acto homicida de la eutanasia. En esta misma línea de actuación, hemos podido ver a la ministra Irene Montero, que pronunció en apenas medio minuto un discurso con expresiones como “todas, todos, todes”, “niños, niñas, niñes” y “escuchadas, escuchados y escuchades”. Un auténtico trabalenguas sin sentido. ¿Qué pretendía con este empeño del lenguaje inclusivo? ¿Eliminar los sexos y sustituirlos por géneros, que son tantos como se quiera? El sexo viene marcado por la biología y la genética. Es inmutable, mientras que el género es gaseoso. Si nos cargamos el cuerpo sexuado, nos cargamos los vínculos familiares.
También tenemos el clásico eufemismo de la “Interrupción voluntaria del embarazo”, que oculta la palabra “aborto”. Y más recientemente, la “gestación subrogada” en vez de Vientres de alquiler, en un empeño de sus promotores de eliminar el primer término, pues evidencia que el bebé es un objeto de compraventa.
Ciertamente, no hace falta ser muy avispado para darse cuenta de que este lenguaje está empapando todos los ámbitos, no sólo en la política, también en la publicidad, pasando por la educación y el entretenimiento. Sus consecuencias son muy negativas, aunque no siempre sean palpables desde el inicio. Poco a poco van adormeciendo conciencias y se van imponiendo en la sociedad. Y lo que no tiene ni pies ni cabeza, poco a poco, se va normalizando a base de repetirlo.
Aunque, quizá, cuando escuchemos o leamos las noticias por primera vez la manipulación no se presente clara, deberíamos hacernos siempre una pregunta: ¿Por qué quieren que yo me crea esto? ¿Qué quieren decir realmente? Tengamos presente que la utilización de unas palabras u otras no es casual. Hay una intención detrás, ya sea la de adoctrinar o bien como muestra de una capitulación.
En definitiva, debemos reflexionar sobre la manipulación a la que todos nos vemos sometidos mediante el uso tergiversador del lenguaje. Es necesario que mantengamos un sentido crítico, aunque no siempre sea posible debido a la falta de medios de comunicación neutrales