El crecimiento o equilibrio demográfico mundial es uno de los principales retos a los que se enfrenta la humanidad al inicio del s. XXI. Los días de la amenaza nuclear planetaria ya han pasado. Ahora la superpoblación se ha convertido en el principal temor del mundo actual. Previsiones catastrofistas son repetidas en congresos internacionales, y sus pesimistas conclusiones llenan los titulares de los principales periódicos.
Pero estas afirmaciones chocan con el hecho de que el 97% de la superficie terrestre está vacía. La densidad de población se concentra en las ciudades, pero el resto del planeta acusa una gran despoblación. Además, según estudios de la propia ONU, Europa y Japón van a afrontar en las próximas décadas una crisis de baja población.
Si bien la población mundial está aumentando, también es cierto que la esperanza de vida de esta misma población se ha visto duplicada en el último siglo. Las mejoras alimenticias y sanitarias han conseguido reducir la mortalidad infantil así como la materna en más de un 90%.
A esta primera revolución demográfica, le ha acompañado una segunda revolución basada en un brusco descenso de la natalidad. A su vez se está produciendo un envejecimiento de la población en los países desarrollados, fenómeno que algunos denominan “invierno demográfico”. Se produce así un desequilibrio de las estructuras por edad, pues se reduce la población activa y se incrementa el número de personas mayores que van dependiendo de las pensiones que genera el segmento activo cada vez más pequeño. Algunos gobiernos apuntan como solución la eutanasia, pero una propuesta así no hace sino degradar la solidaridad entre generaciones.
La doctora en economía Jacqueline Kasun denuncia lo que está sucediendo como si se estuviera librando una auténtica “guerra contra la población”:
«La idea de que la humanidad se está multiplicando a una velocidad terrible y la aceleración es uno de los falsos dogmas de nuestro tiempo…. Estas ideas forman la base de una enorme industria internacional de control de población que supone miles de millones de dólares de impuestos, así como el esfuerzo de tiempo completo de decenas de organizaciones filantrópicas privadas.
Encarnado en su agenda es el tipo de planificación social que realmente exige el control draconiano sobre las familias, las iglesias y otras instituciones voluntarias en todo el mundo» (Kasun, 1993).
La declaración oficial de esta guerra la podemos situar en la obra del británico Thomas Malthus, “Ensayo sobre la ley de la población” (1789), donde se declara que el crecimiento de la población de los pobres supone un peligro para la estabilidad del Estado. Por ello, la población ha de ser controlada, siendo las autoridades quienes han de poseer el poder para determinar la vida y la muerte de las personas. Una forma de gobierno que Michel de Foucault ha denominado biopolítica. Para conseguirlo, el Estado considera esencial realizar pedagogía y propaganda sobre estas medidas antihumanas. Así, se reclamará prioritario el control de la educación, mediante una escuela laica-estatal, y el control de la información a través de la intervención de los medios de comunicación.
Hoy esta mentira de la superpoblación, esta guerra contra los nacimientos de bebés sigue vigente con extraordinaria violencia.
Fuente: José Alfredo Elía y Digital Reasons