La  paz vendrá

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Mi amigo Pepe  es un antimilitarista furibundo. Vive, desde hace tiempo obsesionado por el tema de la guerra. Se sabe de memoria el número de cabezas atómicas que tienen cada uno de las grandes potencias nucleares, la instalación de los misiles, la capacidad de sus portaviones y bombarderos, la cifra de los posible megatones que podrían hacer estallar.

Pepe no se contenta con conocer las cosas: las pone en acción. No hay manifestación antibelicista o ecologista en la que no tome parte. Es experto en pancartas, en slogans, en canciones pacifistas. No fue objetor de conciencia porque descubrió el antimilitarismo cuando ya quedaba lejos el servicio militar, aunque aún sueña a veces con los años de cárcel que hubiera podido pasar en caso de haber sido tan gloriosamente objetor.

Para compensar este retraso, Pepe  es un profesional de la manifestación , ha gritado cuatro veces a la puerta de instituciones europeas y ha participado ya  en cuarenta y dos, -contadas las lleva-, manifestaciones contra la guerra  Aún enseña con orgullo la cicatriz («la condecoración», según él) que un policía  le produjo en una de sus algarabías.

Pero lo extraño es que, con todo este pacifismo, se  olvida de Pepa, su coleguilla matrimonial  y que ella, en su vida cotidiana, no quiere saber nada de plataformas antibélicas porque, aunque valore la paz, tiene que andar de puntillas en su casa cuando llega Pepe. Porque Pepe  es discutidor en la oficina, intolerante con su mujer, duro con sus hijos, despectivo hacia su suegra, áspero con su portero y sus vecinos y toda la paz que sueña para el mundo se olvida de cultivarla en su casa.

Da  la impresión de que , como muchos de nuestros contemporáneos, vive angustiado ante la idea de que un día un militar o un político idiota apretará un botoncito que hará saltar el mundo en pedazos, y no se da cuenta de que hay en el mundo no uno, sino tres mil millones de idiotas que cada día apretamos el botoncito de nuestro egoísmo, mil veces más peligroso que todas las bombas atómicas.

A Pepa le  preocupa, claro, la posible gran guerra; pero más le preocupa que, mientras tememos esa grande, no veamos siquiera esas mil pequeñas guerras de nervios y tensión en las que vivimos permanentemente sumergidos. Ser solidarios y justos en lo ordinario es la célula de la Solidaridad de cada día. 

¡Qué pocas personas pacíficas y pacificadoras se encuentra uno en la vida ordinaria!. Hablas con gente, y a la segunda de cambio te sacan sus rencorcillos, sus miedos; te muestran su alma construida, si no de espadas, al menos, de alfileres. ¡Qué gusto, en cambio, cuando te topas con ese tipo de personas que irradian serenidad; que conocen, sí, los males del mundo, pero que no  viven obsesionados por ellos; que respiran ganas de vivir y de construir!

Si tú crees que una sonrisa es más fuerte que un arma; si crees en el calor y la fuerza de una mano que saluda; si tú crees que lo que une al hombre es más importante que lo que divide; si tu crees que ser diferente es una riqueza y no un peligro….

Si sabes tratar al prójimo con amor de hermano; si sabes siempre y por encima de todo buscar la esperanza; si sabes cantar la felicidad de los otros y la tuya propia; si sabes escuchar a quien te necesita sin pensar que por ello pierdes el tiempo y le das una sonrisa…

Si sabes aceptar la crítica y no la devuelves con acritud; si sabes aceptar un parecer distinto al tuyo; si piensas que eres tú el que debe dar el primer paso; si la injusticia que sufre tu hermano te hace reaccionar como la injusticia que se hace contigo….

Si sabes compartir con otro tu pan y unir a él tu corazón; si sabes que el perdón llega más lejos que la venganza; si aceptas tu propia culpa y no la descargas en los demás….

Si comprendes que la cólera es una debilidad y  no una prueba de fuerza; si para ti siempre es el otro tu hermano; si estás a favor del pobre y del oprimido sin creerte un héroe; si crees que el amor es la única arma del diálogo; si crees que la paz es posible, entonces la paz vendrá.

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